De cierto, de cierto os digo, grande, muy grande es su amor. Mayor que la más
grande entre las montañas y más profundo que el más profundo de los mares.
Y a los que aman a su Madre, Ella no los abandonará jamás. Así como la gallina
protege a sus polluelos; como el león a sus cachorros, así la Madre protege a su
único hijo. Así la Madre Tierra protege al Hijo del Hombre y le salva de todo
peligro y males.
CAPITULO III.
Por que en verdad os digo, que innumerables males y peligros acechan a los
Hijos de los Hombres.
Belcebú, el príncipe de los demonios, la fuente de todo mal está en espera en el
cuerpo de los Hijos de los Hombres; él es muerte y señor de toda plaga y
poniéndose ropajes atractivos tienta y seduce a los Hijos de los Hombres. Les
ofrece riquezas, poder y palacios espléndidos, vestidura de oro y plata, multitud
de criados, todo esto y además renombre y gloria. Fornicación y falta de pudor,
glotonería y embriaguez, vida disoluta y molicie; y él seduce a cada uno según
las inclinaciones de su corazón. Y en el día en que los Hijos de los Hombres ya
hayan llegado a ser sus esclavos, de todas estas vanidades y abominaciones,
entonces en pago de ello, les arrebata todas aquellas cosas que la Madre Tierra
les dio en abundancia, a los Hijos de los Hombres. Le arrebata su aliento, su
sangre, sus huesos, su carne, sus entrañas, sus ojos y oídos.
Y la respiración de los Hijos de los Hombres se corta; ellos se asfixian llenos de
dolor y hediondez, con el aliento de las bestias inmundas. Y su sangre es
espesa y de mal olor como el agua de los pantanos. Se coagula, ennegrece
como la noche de la muerte. Y sus huesos se endurecen y se hacen nudosos;
se funden interiormente, se quiebran en pedazos, como la piedra al caer sobre
una roca. Y su sangre se convierte en grasa y líquido, se corrompe, se pudre
con erupciones y tumores que son una abominación. Y sus entrañas llegan a
estar llenas de abominable suciedad con los residuos que manan de las
pudriciones y multitud de gusanos tienen su morada allí. Y sus ojos se
oscurecen hasta que la negra noche los envuelve. Y sus orejas se cierran como
el silencio de la tumba.
Y al fin de todo, el hijo pródigo del hombre perderá su vida. Porque no guardó
los preceptos de su Madre y acumuló error sobre error. Por lo tanto, todos los
dones de su Madre Tierra le serán quitados; aliento, sangre, huesos, entrañas,
ojos y oídos. Y después de todo, hasta la vida, con la que la Madre Tierra
coronó su cuerpo.
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