herencia, su Reino en la tierra y en el cielo, para que en él tengáis vida eterna.
Feliz el que pueda entrar en el Reino de Dios, porque jamás verá la muerte.
CAPITULO XVIII.
A sus palabras siguió un gran silencio. Y los que estaban desanimados, tomaron
fuerzas nuevas de sus palabras y continuaron en ayuno y oración. Y el que hubo
hablado primero, le dijo: perseveraré hasta el séptimo día. Y el segundo, de
igual manera dijo: Y yo perseveraré también hasta siete veces siete días.
Felices los que perseveran hasta el fin, les contestó Jesús, porque ellos
heredarán la tierra.
Y había entre ellos muchos enfermos, atormentados con tenaces dolores,
quienes apenas se arrastraban a los pies de Jesús pues no podían caminar
mas. Le dijeron: Maestro, estamos atormentados con el dolor, dinos que
debemos hacer. Y le mostraron a Jesús sus pies, cuyos huesos estaban torcidos
y anudados. Ni los ángeles del Aire, ni del Agua, ni del Sol han aliviado nuestros
dolores. No obstante que nos hemos bautizado, hemos ayunado, orado y
seguido vuestras palabras en todas las cosas, dijeron ellos.
En verdad os digo, que vuestros huesos serán sanados. No os desaniméis,
buscad vuestra curación junto al que cura los huesos; el Angel de la Tierra.
De allí donde fueron tomados vuestros huesos, allí es donde volverán. Y con su
mano indicó el lugar donde la corriente del agua y el calor del sol habían
ablandado el barro, la tierra a las orillas del agua. Sumergid vuestros pies en el
lodo, para que el abrazo del Angel de la Tierra pueda quitar de vuestros huesos
toda impureza y toda enfermedad. Y vosotros veréis a Satán huir del abrazo del
Angel de la Tierra.
Y los nudos de vuestros huesos se desvanecerán y se enderezarán y todos
vuestros dolores desaparecerán.
Y los enfermos siguieron sus palabras, pues sabían que serían curados.
CAPITULO XIX.
Había Otros muchos enfermos que sufrían de sus dolores, no obstante, ellos
perseveraban en sus ayunos. Y su fuerza estaba agotada y gran calor los
atormentaba. Y cuando se hubieron levantado de sus camas para ir a Jesús, sus
cabezas daban vueltas, como si un vertiginoso viento les agitara.
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