El Zaraguato Septiembre-Noviembre 2016 | Page 4

Hoy, mañana y siempre. Hoy miro atrás, como lo hice ayer, como lo haré mañana y sin obstáculo alguno, la melancolía escapa cual lágrimas de mis ojos, todavía lo recuerdo y mañana lo recordaré justo igual que hoy; fue en una tarde de invierno, hace algunos años… La calle pulcra y pálida, atiborrada con almas de monótono andar: presurosas, ocupadas, perdidas e indiferentes. Yo, ensimismado, divagando a paso lento mientras sentía el crujir de mis botas en la nieve, con las manos en los bolsillos de mi abrigo, hundiendo la cara en mi bufanda gris, halando el gorro de estambre hasta cubrir mis cejas. Alcé el rostro y entre ese inmenso mar de seres… lo vi, aún lo veo y lo seguiré viendo -al menos en mis recuerdos- sin embargo, ese día… ese día lo vi realmente, frente a mí a tan sólo unos metros y juraría que el mundo se detuvo para después girar vertiginosamente. Todo se volvió borroso, todo menos él, quien caminaba sobre el borde de la fuente -carente de agua- manteniéndose en precario equilibrio sobre el angosto espacio; con su andar formaba una circunferencia que repetía una y otra vez dando pequeños saltos, como si danzara alrededor del ángel que coronaba la construcción. Vestía un suéter rojo de lana que a leguas se veía no era de su talla, pues la prenda nadaba sobre su diminuta figura; pantalones verdes y un gorro con borlas colgando a los costados de su rostro...su rostro de porcelana, sus orbes circón, sus finos labios bajo la nariz roja y respingada. Me robó el aliento, mis manos temblaron y mi corazón corrió desbocado. Quería acercarme y me acerqué y si pudiera me volvería a acercar. Y ahí, desde ese instante en el que me dirigió aquella ingenua e infantil sonrisa, tan pura y sincera, tan suya tanto como yo mismo, sí, porque él me tuvo en sus manos, yo sin planearlo me entregué y fui suyo, todavía lo soy y siempre lo seré. No pude hacer nada -tampoco lo intenté, claro- yo… inútil y torpemente me dejé llevar. Fueron sus arreglados cabellos castaños y las extrañas ropas que acostumbraba vestir, fue su risa cantarina, su melodiosa voz y su tentadora figura; fue su hipnótico hablar y esos ojos tan enigmáticos que tanto confesaron, su profunda mirada, su carácter, su valentía, su coraje y sencillez. Fue él, fui yo, fuimos ambos, fue todo y hoy… Hoy no es nada, ni lo será, pero lo fue.