HORACIO QUIROGA
EL ESCRITOR DE LA SELVA
Por Delia Etchegoimberry
Horacio Quiroga, gran escritor rioplatense nacido en Uruguay, ha dejado para
la posteridad algunas de las piezas más terribles, brillantes y trascendentales
de la literatura hispanoamericana del siglo XX.
Horacio Quiroga nació en Salto, Uruguay, el 31 de diciembre de 1878. Pertenece al entre siglo en que se celebró el
primer centenario de la Independencia de
Uruguay. Vivió hasta el año 1937 siendo ciudadano espiritual de dos países y
falleció en Buenos Aires.
En lo personal su vida estuvo signada por
varias desgracias, algunas en que la realidad
lo marcó como el accidente en que mató a
su amigo cuando tenía veintitrés años. Fue
el comienzo de sus pasos de emigrante refugiándose en Argentina donde vivió treinta y
cinco años, donde se casó dos veces y donde tuvo tres hijos. La tragedia marcó su
vida con accidentes y culminó con su
suicidio. Tales componentes así como
determinaron su vida también fueron
la materia que cultivó en su aspecto
creativo. Mediante su opción por la literatura nos legó cuentos, fue poeta y periodista.
Aunque por su lugar de nacimiento es
uruguayo, por los lugares en que definió su vida es considerado un gran autor rioplatense que en virtud de su iden-
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tificación con la naturaleza americana llevó
a la prosa de iniciación por el camino de la
imaginación, la realidad trágica y la fuerza
del destino.
Su propia vida le suministró la estructura de su obra creativa pues tuvo que
aceptar su sumisión a los dictados que
de antiguo, vienen signando la vida de
los seres humanos: lo inexorable. Aquello que determina, que empuja la vida sin
darnos la posibilidad de elegir, lo que nos
hace sentir objetos, dominados por fuerzas
que no podemos cambiar.
Nuestra cultura, por tener origen en las
creaciones griegas, acepta lo inexorable
como destino. Mientras, las filosofías orientales siguen el camino de la confianza en el
poder interior del hombre que le permitiría
modificar las estructuras del sendero que
recorremos, enfrentando la rigidez del destino. Quiroga no tuvo tiempo de hacer con
éxito la destrucción de ese muro inexorable.
Por el contrario todo en él parece movido
por la mano implacable que algunos llaman
naturaleza, otros condena, otros eternidad.
Renunciar a la vida fue su respuesta.