El Uru Revista Nº 24 | Page 7

Buen trenzador era y hasta pialador pudo haber sido, pero la chinita mañera se sacó el lazo cuando apareció uno de esos puebleros que por ser comerciantes y leídos tienen buena labia y tras él la calandria voló. Como criollo curtido, sin mostrar flojera se metió para adentro de su pena y para adentro de su rancho; su rancho de paja y terrón colgado de una ladera entre macachines y trébol. Allí se dedicó por entero como aferrando todos sus afanes al trabajo que mejor sabía hacer, el que le dio fama: guasquero. No hubo apero ni arreo, ni tropero o domador que no luciera algún primor hecho por sus manos. Lo que nunca se supo es lo que le pasó después: quién lo mató. Terminaba un invierno frío como pocos, cuando uno de los Leites que pasó a buscar un bozal lo encontró tirado bajo la enramada, muero de tres puñaladas. De allí en más quedó rondando el misterio, nadie halló nada, ningún rastro, ni una huella, ni una pisada. En el bolsillo de la corralera encontraron un pedacito de la cinta celeste con que ataba su trenza la lejana novia perdida, solo eso. En ocasión de haber estado en lo de la negra Santa las encontré en oración, una de las hijas me comentó en voz baja que estaban rezando un bendito porque según comentario del padrino, allí cerca del bañado, entre l