Buen trenzador
era y hasta
pialador pudo haber sido, pero la
chinita mañera se sacó
el lazo
cuando
apareció
uno de esos
puebleros
que
por
ser
comerciantes y leídos tienen buena
labia y tras él la calandria voló.
Como criollo curtido, sin mostrar
flojera se metió para adentro de su
pena y para adentro de su rancho; su
rancho de paja y terrón colgado de
una ladera entre macachines y trébol.
Allí se dedicó por entero como
aferrando todos
sus
afanes al
trabajo que mejor sabía hacer, el
que le dio fama: guasquero.
No hubo apero ni arreo, ni tropero
o domador que no luciera algún primor
hecho por sus manos.
Lo que nunca se supo es lo que le
pasó después: quién lo mató.
Terminaba un invierno frío como
pocos, cuando uno de los Leites que
pasó a buscar un bozal lo encontró
tirado bajo la enramada, muero de
tres puñaladas. De allí en más quedó
rondando el misterio, nadie halló
nada, ningún rastro, ni una huella, ni
una pisada. En el bolsillo de la
corralera encontraron un pedacito de
la cinta celeste con que ataba su
trenza la lejana novia perdida, solo
eso.
En ocasión de haber estado en lo
de la negra Santa las encontré en
oración, una de las hijas me comentó
en voz baja que estaban rezando un
bendito porque según comentario del
padrino, allí cerca del bañado, entre
l