El Túnel
Ernesto Sábato
XXVIII
Pasaron cosas muy raras. Cuando llegamos a la casa encontramos a Hunter muy agitado
(aunque es de esos que creen de mal gusto mostrar las pasiones); trataba de disimularlo, pero era
evidente que algo pasaba. Mimí se había ido y en el comedor todo estaba dispuesto para la comida,
aunque era claro que nos habíamos retardado mucho, pues apenas llegamos se notó un acelerado y
eficaz movimiento de servicio. Durante la comida casi no se habló. Vigilé las palabras y los gestos de
Hunter porque intuí que echarían luz sobre muchas cosas que se me estaban ocurriendo y sobre
otras ideas que estaban por reforzarse. También vigilé la cara de María; era impenetrable. Para
disminuir la tensión, María dijo que estaba leyendo una novela de Sartre. De evidente mal humor,
Hunter comentó:
—Novelas en esta época. Que las escriban, vaya y pase... ¡pero que las lean!
Nos quedamos en silencio y Hunter no hizo ningún esfuerzo por atenuar los efectos de esa
frase. Concluí que tenía algo contra María. Pero como antes que saliéramos para la costa no había
nada de particular, inferí que ese algo contra María había nacido durante nuestra larga conversación;
era muy difícil admitir que no fuera a causa de esa conversación o, mejor dicho, a causa del largo
tiempo que habíamos permanecido allá. Mi conclusión fue: Hunter está celoso y eso prueba que entre
él y ella hay algo más que una simple relación de amistad y de parentesco. Desde luego, no era
necesario que María sintiese amor por él; por el contrario: era más fácil que Hunter se irritase al ver
que María daba importancia a otras personas. Fuera como fuese, si la irritación de Hunter era
originada por celos, tendría que mostrar hostilidad hacia mí, ya que ninguna otra cosa había entre
nosotros. Así fue. Si no hubieran existido otros detalles, me habría bastado con una mirada de
soslayo que me echó Hunter a propósito de una frase de María sobre el acantilado.
Pretexté cansancio y me fui a mi pieza apenas nos levantamos de la mesa. Mi propósito era
lograr el mayor numero de elementos de juicio sobre el problema. Subí la escalera, abrí la puerta de
mi habitación, encendí la luz, golpeé la puerta, como quien la cierra, y me quedé en el vano
escuchando. En seguida oí la voz de Hunter que decía una frase agitada, aunque no podía discernir
las palabras; no hubo respuestas de María; Hunter dijo otra frase mucho más larga y más agitada que
la anterior; María dijo algunas palabras en voz muy baja, superpuestas con las últimas de él,
seguidas de un ruido de sillas; al instante oí los pasos de alguien que subía por la escalera: me
encerré rápidamente, pero me quedé escuchando a través del agujero de la llave; a los pocos
momentos oí pasos que cruzaban frente a mi puerta: eran pasos de mujer. Quedé largo tiempo
despierto, pensando en lo que había sucedido y tratando de oír cualquier clase de rumor. Pero no oí
nada en toda la noche.
No pude dormir: empezaron a atormentarme una serie de reflexiones que no se me habían
ocurrido antes. Pronto advertí que mi primera conclusión era una ingenuidad: había pensado (lo que
es correcto) que no era necesario que María sintiese amor por Hunter para que él tuviera celos; esta
conclusión me había tranquilizado. Ahora me daba cuenta de que si bien no era necesario tampoco
era un inconveniente.
María podía querer a Hunter y sin embargo éste sentir celos.
Ahora bien: ¿había motivos para pensar que María tenía algo con su primo? ¡ Ya lo creo que
había motivos! En primer lugar, si Hunter la molestaba con celos y ella no lo quería, ¿por qué venía a
cada rato a la estancia? En la estancia no vivía, ordinariamente, nadie más que Hunter, que era solo
(yo no sabía si era soltero, viudo o divorciado, aunque creo que alguna vez María me había dicho que
estaba separado de su mujer; pero, en fin, lo importante era que esc señor vivía solo en la estancia).
En segundo lugar, un motivo para sospechar de esas relaciones era que María nunca me había
hablado de Hunter sino con indiferencia, es decir con la indiferencia con que se habla de un miembro
cualquiera de la familia; pero jamás me había mencionado o insinuado siquiera que Hunter estuviera
enamorado de ella y menos que tuviera celos. En tercer lugar, María me había hablado, esa tarde, de
sus debilidades. ¿Qué había querido decir? Yo le había relatado en mi carta una serie de cosas
despreciables (lo de mis borracheras y lo de las prostitutas) y ella ahora me decía que me
comprendía, que también ella no era solamente barcos que parten y parques en el crepúsculo. ¿Qué
podía querer decir sino que en su vida había cosas tan oscuras y despreciables como en la mía? ¿No
podía ser lo de Hunter una pasión baja de ese género?
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