El Túnel
Ernesto Sábato
—¿Por qué pobre?
—Sabes bien que se suicidó y que en cierto modo yo tengo algo de culpa. Me escribía canas
terribles, pero nunca pude hacer nada por él. Pobre, pobre Richard.
—Me gustaría que me mostrases alguna de esas cartas.
—¿Para qué, si ya ha muerto?
—No importa, me gustaría lo mismo.
—Las quemé todas.
—Podías haber dicho de entrada que las habías quemado. En cambio me dijiste "¿para qué, si
ya ha muerto?" Siempre lo mismo. Además ¿por qué las quemaste, si es que verdaderamente lo has
hecho? La otra vez me confesaste que guardas todas tus cartas de amor. Las cartas de ese Richard
debían de ser muy comprometedoras para que hayas hecho eso. ¿ O no?
—No las quemé porque fueran comprometedoras, sino porque eran tristes. Me deprimían.
—¿Por qué te deprimían?
—No sé... Richard era un hombre depresivo. Se parecía mucho a vos.
—¿Estuviste enamorada de él?
—Por favor...
—¿Por favor qué?
—Pero no, Juan Pablo. Tenés cada idea...
—No veo que sea descabellada. Se enamora, te escribe cartas tan tremendas que juzgas
mejor quemarlas, se suicida y pensás que mi idea es descabellada. ¿Por qué?
—Porque a pesar de todo nunca estuve enamorada de él.
—¿Porqué no?
—No sé, verdaderamente. Quizá porque no era mi tipo.
—Dijiste que se parecía a mí.
—Por Dios, quise decir que se parecía a vos en cierto sentido, pero no que fuera idéntico. Era
un hombre incapaz de crear nada, era destructivo, tenía una inteligencia mortal, era un nihilista. Algo
así como tu parte negativa.
—Está bien. Pero sigo sin comprender la necesidad de quemar las cartas.
—Te repito que las quemé porque me deprimían.
—Pero podías tenerlas guardadas sin leerlas. Eso sólo prueba que las releíste hasta
quemarlas. Y si las releías sería por algo, por algo que debería atraerte en él.
—Yo no he dicho que no me atrajese.
—Dijiste que no era tu tipo.
—Dios mío, Dios mío. La muerte tampoco es mi tipo y no obstante muchas veces me atrae.
Richard me atraía casi como me atrae la muerte o la nada. Pero cr