EL TUNEL El Tunel - Ernesto Sábato | Page 33

El Túnel Ernesto Sábato XVIII Mis interrogatorios, cada día más frecuentes y retorcidos, eran a propósito de sus silencios, sus miradas, sus palabras perdidas, algún viaje a la estancia, sus amores. Una vez le pregunté por qué se hacía llamar "señorita Iribarne", en vez de "señora de Allende". Sonrió y me dijo: —¡Qué niño sos! ¿Qué importancia puede tener eso? —Para mí tiene mucha importancia —respondí examinando sus ojos. —Es una costumbre de familia —me respondió, abandonando la sonrisa. —Sin embargo —aduje—, la primera vez que hablé a tu casa y pregunté por la "señorita Iribarne" la mucama vaciló un instante antes de responderme. —Te habrá parecido. —Puede ser. Pero ¿por qué no me corrigió? María volvió a sonreír, esta vez con mayor intensidad. —Te acabo de explicar —dijo— que es costumbre nuestra, de manera que la mucama también lo sabe. Todos me llaman María Iribarne. —María Iribarne me parece natural, pero menos natural me parece que la mucama se extrañe tan poco cuando te llaman "señorita". —Ah... no me di cuenta de que era eso lo que te sorprendía. Bueno, no es lo acostumbrado y quizá eso explica la vacilación de la mucama. Se quedó pensativa, como si por primera vez advirtiese el problema. —Y sin embargo no me corrigió —insistí. —¿Quién? —preguntó ella, como volviendo a la conciencia. —La mucama. No me corrigió lo de señorita. —Pero, Juan Pablo, todo eso no tiene absolutamente ninguna importancia y no sé qué querés demostrar. —Quiero demostrar que probablemente no era la primera vez que se te llamaba señorita. La primera vez la mucama habría corregido. María se echó a reír. —Sos completamente fantástico —dijo casi con alegría, acariciándome con ternura. Permanecí serio. —Además —proseguí—, cuando me atendiste por primera vez tu voz era neutra, casi oficinesca, hasta que cerraste la puerta. Luego seguiste hablando con voz tierna. ¿ Por qué ese cambio ? —Pero, Juan Pablo —respondió, poniéndose seria—, ¿ cómo podía hablarte así delante de la mucama? —Sí, eso es razonable; pero dijiste: "cuando cierro la puerta saben que no deben molestarme". Esa frase no podía referirse a mí, puesto que era la primera vez que te hablaba. Tampoco se podía referir a Hunter, puesto que lo podes ver cuantas veces quieras en !a estancia. Me parece evidente que debe de haber otras personas que te hablan o que te hablaban. ¿No es así? María me miró con tristeza. —En vez de mirarme con tristeza podrías contestar —comenté con irritación. —Pero, Juan Pablo, todo lo que estás diciendo es una puerilidad. Claro que hablan otras personas: primos, amigos de la familia, mi madre, qué sé yo... —Pero me parece que para conversaciones de ese tipo no hay necesidad de esconderse. —¡ Y quién te autoriza a decir que yo me escondo! —respondió con violencia. —No te excites. Vos misma me has hablado en una oportunidad de un tal Richard, que no era ni primo, ni amigo de la familia, ni tu madre. María quedó muy abatida. —Pobre Richard —comentó dulcemente. 33