El Túnel
Ernesto Sábato
escena) era el colmo de la desproporción y del ridículo, una de esas típicas construcciones
imaginarias mías, tan presuntuosas como esas reconstrucciones de un dinosaurio realizadas a partir
de una vértebra rota.
La muchacha estaba próxima al llanto. Pensé que el mundo se me venía abajo, sin que yo
atinara a nada tranquilo o eficaz. Me encontré diciendo algo que ahora me avergüenza escribir .
—Veo que me he equivocado. Buenas tardes.
Salí apresuradamente y caminé casi corriendo en una dirección cualquiera. Habría caminado
una cuadra cuando oí detrás una voz que me decía:
—¡Señor, señor!
Era ella, que me había seguido sin animarse a detenerme. Ahí estaba y no sabía cómo
justificar lo que había pasado. En voz baja, me dijo:
—Perdóneme, señor... Perdone mi estupidez... Estaba tan asustada...
El mundo había sido, hacía unos instantes, un caos de objetos y seres inútiles. Sentí que volvía
a rehacer y a obedecer a un orden. La escuché mudo.
—No advertí que usted preguntaba por la escena del cuadro —dijo temblorosamente.
Sin darme cuenta, la agarré de un brazo.
—¿Entonces la recuerda?
Se quedó un momento sin hablar, mirando al suelo. Luego dijo con lentitud:
—La recuerdo constantemente.
Después sucedió algo curioso, pareció arrepentirse de lo que había dicho porque se volvió
bruscamente y echó casi a correr. Al cabo de un instante de sorpresa corrí tras ella, hasta que
comprendí lo ridículo de la escena; miré entonces a todos lados y seguí caminando con paso rápido
pero normal. Esta decisión fue determinada por dos reflexiones: primero, que era grotesco que un
hombre conocido corriera por la calle detrás de una muchacha; segundo, que no era necesario. Esto
último era lo esencial, podría verla en cualquier momento, a la entrada o a la salida de la oficina. ¿A
qué correr como loco? Lo importante, lo verdaderamente importante, era que recordaba la escena de
la ventana: "La recordaba constantemente." Estaba contento, me hallaba capaz de grandes cosas y
solamente me reprochaba el haber perdido el control al pie del ascensor y ahora, otra vez, al correr
como un loco detrás de ella, cuando era evidente que podría verla en cualquier momento en la
oficina.
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