22 Eduardo Rojo Díez
Sin embargo , Bonifacio sabía que , en el fondo , su esposa tenía parte de razón . Que era insistir en tentar al diablo el hecho de tener en casa a los hijos de Serafín , el sindicalista más odiado por los caciques del pueblo , y , además , los indicios apuntaban a que el hijo , Quirce , había sido testigo de la muerte del padre . Lo suponía todo el mundo , pero él no se había atrevido a preguntárselo . « Ya lo haré mañana , no quiero que el niño reviva el drama », pensó .
Pero cuando el miedo y el dolor nos mantienen despiertos durante las noches oscuras y silenciosas , las palabras vuelan sigilosas y traspasan las paredes endebles y taladran las conciencias indefensas . Quirce y Leonora oyeron la conversación y , antes de que amaneciera , recogieron sus escasas pertenencias en sendos hatillos y abandonaron la casa donde habían residido los últimos tres años . Después de aquella noche no volvieron a ver a Bonifacio entre los vivos .