EL SEÑOR DE LAS SOMBRAS (Biografía no autorizada de Alvaro Uribe) 1 | Page 57

“Los mandatarios de los municipios afectados por este fenómeno - terminaba el documento -, alegan que la aspersión aérea produciría daños ecológicos irreparables en esas áreas, habitadas por pequeños parceleros y cultivadores, formas de producción muy diferentes a las otras partes del país donde se ha realizado la fumigación, caracterizadas por ser zonas semiselváticas”. - Y, claro - pensó el asistente al borde del sueño -, si no me equivoco ¡aquí viene el procurador! Y, en efecto, ahí venía el procurador. En este caso era el de Antioquia, Femando González Carrizosa, con sus eternos oficios aguafiestas. El procurador se mostraba preocupado por las consecuencias de una medida tan drástica sobre un problema apenas incipiente, y le preguntaba a Uribe si se habían evaluado los daños y si existía un programa de sustitución de 76 cultivos. La respuesta de este último, señalaba el procurador, no aclaraba para nada el asunto. El informe terminaba con la intervención del alcalde de un pequeño municipio, Urrao, a 170 kilómetros de Medellín, “donde la Policía destruyó en los dos últimos años, catorce sembrados con unas 800 mil matas”. “En los dos últimos años – añadía -, han desaparecido cerca de veinte personas. Héctor Antonio Durango, el alcalde, dijo que era consciente de que las determinaciones que vienen del alto gobierno no se pueden impedir, pero que no está de acuerdo con la fumigación. En Urrao, dijo el alcalde, sería mejor la erradicación manual, pero el problema de la amapola es más de fondo. La gente de aquí está inquieta porque el 80 por ciento de las zonas donde hay cultivos, pertenecen a personas muy pobres a las que nunca llega la mano del Gobierno”. Con esos pocos datos y algunos otros que recogió aquí y allá en medio del cansancio natural provocado por 18 horas seguidas de trabajo, el asistente preparó la carpeta, que puso sobre el escritorio de su jefe a las 8 en punto de la mañana. A esa hora ya debía saberse con exactitud a qué se refería la protesta. Si el jefe pasaba antes por la oficina podría tranquilizarlo. Por lo que él había leído, Uribe parecía ser amigo. Pero el jefe no pasó. Esa mañana el tránsito había estado espeso, de manera que entró directamente a la oficina de Latinoamérica. Allí, el asesor del subsecretario le extendió la carta de Uribe. Le tomó dos minutos leerla. - ¿Cómo? - preguntó el jefe apenas hubo terminado -. ¿De esto se trataba? El asesor lo miró socarronamente. - De eso se 57