EL SEÑOR DE LAS SOMBRAS (Biografía no autorizada de Alvaro Uribe) 1 | Page 118
militares, expulsados del Ejército, que, como los generales
Mantilla y Del Río, se pasan a las Autodefensas. Pero, ojo, con una
condición, porque él les pone una condición, para no volverse
loco: que no hayan sido expulsados por corrupción. “Habla de la
injusticia y otra vez más de la injusticia. De la letanía de injusticias
y de disfuncionamientos del Estado. Pero allí está él, Castaño,
para suplir al Estado desfalleciente. El es su brazo, su servidor fiel
y no correspondido. Y, por fin, habla del crimen de Quebrada Nain
y de todos los crímenes que se le adjudican a sus sicarios. Y no
suelta ni una palabra de arrepentimiento. Lo máximo que concede
es que, a lo mejor, su ejército quizá haya crecido demasiado
deprisa y que en la matanza de la que le hablo 'les faltó [sic]
profesionalismo'. “Pero lo que repite una y otra vez es que, si un
hombre o una mujer tienen aunque sólo sea una vaga vinculación
con la guerrilla, dejan de ser civiles, para convertirse en
guerrilleros vestidos de civil y, por lo tanto, merecen ser
torturados, degollados, o son merecedores de que les cosan un
gallo vivo en el vientre en lugar de un feto... “Carlos Castaño tiene
cada vez más calor. Y está cada vez más febril. Este olor de
supositorio que invade la tienda... Esa forma que tiene de
sobresaltarse cuando oye un ruido... “- ¿Qué pasa? “- Nada, jefe,
es el generador, que se ha vuelto a poner en marcha. “Y su
manera de gritar, cada cinco minutos: 'Un tinto, Pepe, un café'. Y
un soldado, aterrorizado, se lo lleva. Y él vuelve a hablar a un ritmo
endiablado. Un último cuarto de hora para gritar. Y después se
calla, se levanta y se calla. Titubea un poco. Se agarra a la mesa.
Me mira con una mirada tan fija que me pregunto si no está
sencillamente borracho. Se repone. Me ofrece una gran cartera
negra, repleta de discursos y de videos. Sus lugartenientes están a
su lado. Sale, dando tumbos, bajo el sol de mediodía. Un
psicópata frente a unos mafiosos. Una historia llena de ruido y de
furor contada por bandidos o por este guiñol asesino. “Una parte
de mí me dice que siempre ha sido así y que los observadores más
sagaces siempre han descubierto a los gordos animales
perentorios, faroleros, hinchados de su propia importancia y
poder, que reinaron sobre el infierno de la Historia de los tiempos
pasados: el grotesco Arturo Ui, de Brecht; el pobrecillo Laval, de
Un castillo al otro; García Márquez y su caudillo; la desnudez fofa
del Himmler de Malaparte, en Kaputt... “Pero otra parte de mí no
puede deshacerse de la idea de que hay aquí, en cualquier caso,
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