Allí, abatido por el calor, el animal se desplomó y los cazadores se arrojaron sobre la
presa. Enloqueció ante aquella espantosa irrupción de un mundo desconocido; gruñía y
embestía; el aire se llenó de sudor, de ruido, de sangre y de terror. Roger corría alrededor
de aquel montón, y en cuanto asomaba la piel de la cerda clavaba en ella su lanza. Jack,
encima del animal, lo apuñalaba con el cuchillo. Roger halló un punto de apoyo para su
lanza y la fue hundiendo hasta que todo su cuerpo pesaba sobre ella. La punta del arma
se hundía lentamente y los gruñidos aterrorizados se convirtieron en un alarido
ensordecedor. En ese momento, Jack encontró la garganta del animal y la sangre caliente
saltó en borbotones sobre sus manos. El animal quedó inmóvil bajo los muchachos, que
descansaron sobre su cuerpo, rendidos y complacidos. En el centro del claro, las
mariposas seguían absortas en su danza.
Cedió, al fin, la tensión inmediata al acto de matar. Los muchachos se apartaron y Jack
se levantó, con las manos extendidas.
- Mirad.
Jack sonreía y agitaba las manos, mientras los muchachos reían ante sus malolientes
palmas. Jack sujetó a Maurice y le frotó las mejillas con aquella suciedad. Roger
comenzaba a sacar su lanza cuando los muchachos lo advirtieron por primera vez. Robert
sintetizó el descubrimiento en una frase que los demás acogieron con gran alborozo:
- ¡Por el mismísimo culo!
- ¿Has oído?
- ¿Habéis oído lo que ha dicho?
- ¡Por el mismísimo culo!
Esta vez fueron Robert y Maurice quienes se encargaron de representar los dos
papeles, y la manera de imitar Maurice los esfuerzos de la cerda por esquivar la lanza
resultó tan graciosa que los muchachos prorrumpieron en carcajadas.
Pero incluso aquello acabó por aburrirles. Jack comenzó a limpiarse en una roca las
manos ensangrentadas. Después se puso a trabajar en el animal: le rajó el vientre,
arrancó las calientes bolsas de tripas brillantes y las amontonó sobre la roca, mientras los
otros le observaban. Hablaba sin abandonar lo que hacía.
- Vamos a llevar la carne a la playa. Yo voy a volver a la plataforma para invitarles al
festín. Eso nos dará tiempo.
- Jefe... - dijo Roger.
- ¿Qué...?
- ¿Cómo vamos a encender el fuego? Jack, en cuclillas, se detuvo y frunció el ceño
contemplando el animal.
- Les atacaremos por sorpresa y nos traeremos un poco de fuego. Para eso necesito a
cuatro: Henry, tú, Bill y Maurice. Podemos pintarnos la cara. Nos acercaremos sin que se
den cuenta, y luego, mientras yo les digo lo que quiero decirles, Roger les roba una rama.
Los demás lleváis esto a donde estábamos antes. Allí haremos la hoguera. Y después...
Dejó de hablar y se levantó, mirando a las sombras bajo los árboles. El tono de su voz
era más bajo cuando habló de nuevo.
- Pero una parte de la presa se la dejaremos aquí a...
Se arrodilló de nuevo y volvió a la tarea con su cuchillo. Los muchachos se apiñaron a
su alrededor. Le habló a Roger por encima del hombro.
- Afila un palo por los dos lados. Al poco rato se puso en pie, sosteniendo en las manos
la cabeza chorreante del jabalí .
- ¿Dónde está ese palo?
- Aquí.
- Clava una punta en el suelo. Caray... si es todo piedra. Métela en esa grieta. Allí.
Jack levantó la cabeza del animal y clavó la blanda garganta en la punta afilada del
palo, que surgió por la boca del jabalí. Se apartó un poco y contempló la cabeza, allí
clavada, con un hilo de sangre que se deslizaba por el palo.