EL SEÑOR DE LAS MOSCAS | Page 78

Allí, abatido por el calor, el animal se desplomó y los cazadores se arrojaron sobre la presa. Enloqueció ante aquella espantosa irrupción de un mundo desconocido; gruñía y embestía; el aire se llenó de sudor, de ruido, de sangre y de terror. Roger corría alrededor de aquel montón, y en cuanto asomaba la piel de la cerda clavaba en ella su lanza. Jack, encima del animal, lo apuñalaba con el cuchillo. Roger halló un punto de apoyo para su lanza y la fue hundiendo hasta que todo su cuerpo pesaba sobre ella. La punta del arma se hundía lentamente y los gruñidos aterrorizados se convirtieron en un alarido ensordecedor. En ese momento, Jack encontró la garganta del animal y la sangre caliente saltó en borbotones sobre sus manos. El animal quedó inmóvil bajo los muchachos, que descansaron sobre su cuerpo, rendidos y complacidos. En el centro del claro, las mariposas seguían absortas en su danza. Cedió, al fin, la tensión inmediata al acto de matar. Los muchachos se apartaron y Jack se levantó, con las manos extendidas. - Mirad. Jack sonreía y agitaba las manos, mientras los muchachos reían ante sus malolientes palmas. Jack sujetó a Maurice y le frotó las mejillas con aquella suciedad. Roger comenzaba a sacar su lanza cuando los muchachos lo advirtieron por primera vez. Robert sintetizó el descubrimiento en una frase que los demás acogieron con gran alborozo: - ¡Por el mismísimo culo! - ¿Has oído? - ¿Habéis oído lo que ha dicho? - ¡Por el mismísimo culo! Esta vez fueron Robert y Maurice quienes se encargaron de representar los dos papeles, y la manera de imitar Maurice los esfuerzos de la cerda por esquivar la lanza resultó tan graciosa que los muchachos prorrumpieron en carcajadas. Pero incluso aquello acabó por aburrirles. Jack comenzó a limpiarse en una roca las manos ensangrentadas. Después se puso a trabajar en el animal: le rajó el vientre, arrancó las calientes bolsas de tripas brillantes y las amontonó sobre la roca, mientras los otros le observaban. Hablaba sin abandonar lo que hacía. - Vamos a llevar la carne a la playa. Yo voy a volver a la plataforma para invitarles al festín. Eso nos dará tiempo. - Jefe... - dijo Roger. - ¿Qué...? - ¿Cómo vamos a encender el fuego? Jack, en cuclillas, se detuvo y frunció el ceño contemplando el animal. - Les atacaremos por sorpresa y nos traeremos un poco de fuego. Para eso necesito a cuatro: Henry, tú, Bill y Maurice. Podemos pintarnos la cara. Nos acercaremos sin que se den cuenta, y luego, mientras yo les digo lo que quiero decirles, Roger les roba una rama. Los demás lleváis esto a donde estábamos antes. Allí haremos la hoguera. Y después... Dejó de hablar y se levantó, mirando a las sombras bajo los árboles. El tono de su voz era más bajo cuando habló de nuevo. - Pero una parte de la presa se la dejaremos aquí a... Se arrodilló de nuevo y volvió a la tarea con su cuchillo. Los muchachos se apiñaron a su alrededor. Le habló a Roger por encima del hombro. - Afila un palo por los dos lados. Al poco rato se puso en pie, sosteniendo en las manos la cabeza chorreante del jabalí . - ¿Dónde está ese palo? - Aquí. - Clava una punta en el suelo. Caray... si es todo piedra. Métela en esa grieta. Allí. Jack levantó la cabeza del animal y clavó la blanda garganta en la punta afilada del palo, que surgió por la boca del jabalí. Se apartó un poco y contempló la cabeza, allí clavada, con un hilo de sangre que se deslizaba por el palo.