- No podía dejar que lo hicieses tú solo.
Ralph no dijo nada. Siguió adelante y avanzó entre las rocas; inspeccionó una especie
de semicueva que no contenía nada más temible que un montón de huevos podridos y
por fin se sentó, mirando a su alrededor y golpeando la roca con el extremo de su lanza.
Jack estaba excitado.
- ¡Menudo lugar para un fuerte!
Una columna de rocío mojó sus cuerpos.
- No hay agua para beber.
- Entonces, ¿qué es aquello?
Había, en efecto, una alargada mancha verde a media altura del macizo. Treparon
hasta allí y probaron el hilo de agua.
- Podríamos colocar un casco de coco ahí para que estuviese siempre lleno.
- Yo no. Este sitio es un asco.
Uno junto al otro, escalaron el último tramo hasta llegar al sitio donde las rocas apiladas
terminaban en una gran piedra partida. Jack golpeó con el puño la que tenía más cerca,
que rechinó ligeramente.
- Te acuerdas...
Pero el recuerdo de los malos tiempos que habían vivido entre aquellas dos ocasiones
dominó a los dos. Jack se apresuró a hablar:
- Si metiéramos un tronco de palmera por debajo, cuando el enemigo se acercase...
¡mira!
Debajo de ellos, a unos treinta metros, se encontraba el estrecho paso, después el
terreno pedregoso, después la hierba salpicada de cabezas y detrás de todo aquello el
bosque.
- ¡Un empujón - gritó Jack exultante - y... zas...! Hizo un gesto amplio con la mano.
Ralph miró hacia la montaña.
- ¿Qué te pasa? Ralph se volvió.
- ¿Por qué lo dices?
- Mirabas de una manera... que no sé.
- No hay ninguna señal ahora. Nada que se pueda ver.
- Qué manía con la señal.
Les cercaba el tenso horizonte azul, roto sólo por la cumbre de la montaña.
- Es lo único que tenemos.
Descansó la lanza contra la piedra oscilante y se echó hacia atrás dos mechones de
pelo.
- Vamos a tener que volver y subir a la montaña Allí es donde vieron la fiera.
- No va a estar allí.
- ¿Y que más podemos hacer?
Los otros, que aguardaban en la hierba, vieron a Jack y Ralph ilesos y salieron de su
escondite hacia la luz del sol. La emoción de explorar les hizo olvidarse de la fiera.
Cruzaron como un enjambre el puente y pronto se hallaron trepando y gritando. Ralph
descansaba ahora con una mano contra un enorme bloque rojo, un bloque tan grande
como una rueda de molino, que se había partido y colgaba tambaleándose. Observaba la
montaña con expresión sombría. Golpeó la roja muralla a su derecha con el puño cerrado,
como un martillo. Tenía los labios muy apretados y sus ojos, bajo el fleco de pelo,
parecían anhelar algo.
- Humo.
Se chupó el puño lastimado.
- ¡Jack! Vamos.
Pero Jack no estaba allí. Un grupo de muchachos, produciendo un gran ruido que no
había percibido hasta entonces, hacía oscilar y empujaba una roca. Al volverse él, la base