arrastraba Piggy hacia arriba mientras se hundía el barco en el horizonte? Inseguro en la
cumbre de la urgencia, en la agonía de la indecisión, Ralph gritó:
- ¡Oh Dios, oh Dios!
Simón, que luchaba con los matorrales, se detuvo para recobrar el aliento. Tenía el
rostro alterado. Ralph siguió como pudo, desgarrándose la piel mientras el rizo de humo
seguía su camino.
El fuego estaba apagado. Lo vieron en seguida; vieron lo que en realidad habían
sabido allá en la playa cuando el humo del hogar familiar les había llamado desde el mar.
El fuego estaba completamente apagado, sin humo, muerto. Los viligantes se habían ido.
Un montón de leña se hallaba listo para su empleo.
Ralph se volvió hacia el mar. De un lado a otro se extendía el horizonte, indiferente de
nuevo, sin otra cosa que una ligerísima huella de humo. Ralph corrió a tropezones por las
rocas hasta llegar al borde mismo del acantilado rosa y gritó al barco:
- ¡Vuelve! ¡Vuelve!
Corrió de un lado a otro, vuelto siempre el rostro hacia el mar, y alzó la voz
enloquecida:
- ¡Vuelve! ¡Vuelve!
Llegaron Simon y Maurice. Ralph les miró sin pestañear. Simón se volvió para secarse
las lágrimas. Ralph buscó dentro de sí la palabra más fea que conocía.
- Han dejado apagar ese maldito fuego.
Miró hacia abajo, por el lado hostil de la montaña. Piggy llegaba jadeando y
lloriqueando como uno de los pequeños. Ralph cerró los puños y enrojeció. No necesitaba
señalar, ya lo hacían por él la intensidad de su mirada y la amargura de su voz.
- Ahí están.
A lo lejos, abajo, entre las piedras y los guijarros rosados junto a la orilla, aparecía una
procesión. Algunos de los muchachos llevaban gorras negras, pero iban casi desnudos.
Cuando llegaban a un punto menos escabroso todos alzaban los palos a la vez. Cantaban
algo referente al bulto que los inseguros mellizos llevaban con tanto cuidado.
Ralph distinguió fácilmente a Jack, incluso a aquella distancia: alto, pelirrojo y, como
siempre, a la cabeza de la procesión.
La mirada de Simón iba ahora de Ralph a Jack, como antes pasara de Ralph al
horizonte, y lo que vio pareció atemorizarle. Ralph no volvió a decir nada; aguardaba
mientras la procesión se iba acercando. Oían la cantinela, pero desde aquella distancia no
llegaban las palabras. Los mellizos caminaban detrás de Jack, cargando sobre sus
hombros una gran estaca. El cuerpo destripado de un cerdo se balanceaba pesadamente
en la estaca mientras los mellizos caminaban con gran esfuerzo por el escabroso terreno.
La cabeza del cerdo colgaba del hendido cuello y parecía buscar algo en la tierra. Las
palabras del canto flotaron por fin hasta ellos, a través de la cárcava cubierta de maderas
ennegrecidas y cenizas.
- Mata al jabalí. Córtale el cuello. Derrama su sangre.
Pero cuando las palabras se hicieron perceptibles la procesión había llegado ya a la
parte más empinada de la montaña y muy poco después se desvaneció la cantinela.
Piggy lloriqueaba y Simón se apresuró a mandarle callar, como si hubiese alzado la voz
en una iglesia.
Jack, con el rostro embadurnado de diversos colores, fue el primero en alcanzar la
cima y saludó, excitado, a Ralph con la lanza alzada al aire.
- ¡Mira! Hemos matado un jabalí... le sorprendimos... formamos un círculo...
Los cazadores interrumpieron a voces:
- Formamos un círculo...
- Nos arrastramos...
- El jabalí empezó a chillar...