diversos ruidos del fuego se fundieron en una especie de redoble de tambores que
sacudió la montaña.
- Ahí tenéis vuestra fogata.
Alarmado, Ralph advirtió que los muchachos se quedaban paralizados y silenciosos,
sintiéndose invadir por el temor ante el poder desencadenado a sus pies. El conocimiento
de ello y el temor le hicieron brutal.
- ¡Cállate ya!
- Tengo la caracola - dijo Piggy con lastimada voz -. Tengo derecho a hablar.
Le miraron con ojos indiferentes a lo que veían y oídos atentos al tomborilear del fuego.
Piggy volvió una nerviosa mirada hacia aquel infierno y apretó contra sí la caracola.
- Ahora hay que dejar que todo eso se queme. Y era nuestra leña.
Se pasó la lengua por los labios.
- No podemos hacer nada. Hay que tener más cuidado. Estoy asustado...
Jack hizo un esfuerzo para separar la vista del fuego.
- Tú siempre tienes miedo. ¡Eh! ¡Gordo!
- La caracola la tengo yo - dijo Piggy desalentado. Se volvió a Ralph -. La caracola la
tengo yo, ¿verdad Ralph?
Ralph se apartó con dificultad del espléndido y temible espectáculo.
- ¿Qué dices?
- La caracola. Tengo derecho a hablar. Los mellizos se rieron a la vez.
- Queríais humo...
- Y ahora mira...
Un telón de varios kilómetros de anchura se alzaba sobre la isla. Todos los muchachos,
excepto Piggy, empezaron a reír; segundos después no podían dominar las carcajadas.
Piggy perdió la paciencia.
- ¡Tengo la caracola! ¡A ver si me escucháis! Lo primero que teníamos que haber hecho
era construir refugios allá abajo, junto a la playa. Hacía buen frío allá abajo de noche.
Pero en cuanto Ralph dice «una hoguera» salís corriendo y chillando hasta la montaña.
¡Como una panda de críos!
Todos escuchaban ahora su diatriba.
- ¿Cómo queréis que nos rescaten si no hacéis las cosas por su orden y no os portáis
como es debido?
Se quitó las gafas y pareció que iba a soltar la caracola, pero cambió de parecer al ver
que casi todos los mayores se abalanzaban sobre ella. Cobijó la caracola bajo el brazo y
se acurrucó junto a la roca.
- Luego, cuando llegáis aquí hacéis una hoguera que no sirve para nada. Ahora mirar lo
que habéis hecho, prender fuego a toda la isla. Tendrá mucha gracia que se queme toda
la isla. Fruta cocida, eso es lo que vamos a tener de comida, y cerdo asado. ¡Y eso no es
para reírse!
Dijisteis que Ralph es el jefe y no le dais ni tiempo para pensar. Luego, en cuanto dice
algo, salís pitando como, como...
Se detuvo para tomar aliento y oyeron al fuego rugirles.
- Y eso no es todo. Esos niños. Los peques. ¿Quién se ha ocupado de ellos? ¿Quién
sabe cuántos tenemos? Ralph dio un rápido paso adelante.
- Te dije a ti que lo hicieses. ¡Te dije que hicieses una lista con sus nombres!
- ¿Cómo iba a hacerlo - gritó Piggy indignado - yo solo? Esperaron dos minutos y se
lanzaron al mar; se metieron en el bosque, se fueron por todas partes. ¿Cómo iba a saber
cuál era cuál?
Ralph se mojó sus pálidos labios.
- ¿Entonces no sabes cuántos deberíamos estar aquí?