EL SEÑOR DE LAS MOSCAS | Page 15

- No vamos a ver nada desde el extremo porque no hay ningún extremo - dijo Jack -. Sólo una curva suave... y fíjate que las rocas son cada vez más peligrosas... Ralph hizo pantalla de sus ojos con una mano y siguió el perfil mellado de los riscos montaña arriba. Era el lugar de la playa más cercano a la montaña que hasta el momento habían visto. - Trataremos de escalar la montaña desde aquí - dijo -. Me parece que este es el camino más fácil. Aquí hay menos jungla y más de estas rocas de color rosa. ¡Vamos! Los tres muchachos empezaron a trepar. Alguna fuerza desconocida había dislocado aquellos bloques, partiéndolos en pedazos que quedaron inclinados, y con frecuencia apilados uno sobre otro en volumen decreciente. La forma más característica era un rosado risco que soportaba un bloque ladeado, coronado a su vez por otro bloque, y éste por otro, hasta que aquella masa rosada constituía una pila de rocas en equilibrio que emergía atravesando la ondulada fantasía de las trepadoras del bosque. A menudo, donde los riscos rosados se erguían del suelo aparecían senderos estrechos que serpenteaban hacia arriba. Sería fácil caminar por ellos, de cara hacia la montaña y sumergidos en el mundo vegetal. - ¿Quién haría este camino? Jack se paró para limpiarse el sudor de la cara. Ralph, junto a él, respiraba con dificultad. - ¿Hombres? Jack negó con la cabeza. - Los animales. Ralph penetró con la mirada en la oscuridad bajo los árboles. La selva vibraba sin cesar. - Vamos. Lo más difícil no era la abrupta pendiente, rodeando las rocas, sino las inevitables zambullidas en la maleza hasta alcanzar la vereda siguiente. Allí las raíces y los tallos de las plantas trepadoras se enredaban de tal modo que los muchachos habían de atravesarlos como dóciles agujas. Aparte del suelo pardo y los ocasionales rayos de luz a través del follaje, lo único que les servía de guía era la dirección de la pendiente del terreno: que este agujero, aún galoneado por cables de trepadoras, se encontrase más alto que aquel. Siguieron hacia arriba a pesar de todo. En uno de los momentos más difíciles, cuando se encontraban atrapados en aquella maraña, Ralph se volvió a los otros con ojos brillantes. - ¡Bárbaro! - ¡Fantástico! - ¡Estupendo! No era fácil explicar la razón de su alegría. Los tres se sentían sudorosos, sucios y agotados. Ralph estaba lleno de arañazos. Las trepadoras eran tan gruesas como sus propios muslos y no dejaban más que túneles por donde seguir avanzando. Ralph gritó para sondear, y escucharon los ecos amortiguados. - Esto sí que es explorar - dijo Jack -. Te apuesto a que somos los primeros que entramos en este sitio. - Deberíamos dibujar un mapa - dijo Ralph -. Lo malo es que no tenemos papel. - Podríamos hacerlo con la corteza de un árbol - dijo Simón -, raspándola y luego frotando con algo negro. De nuevo, en la temerosa penumbra, brotó la solemne comunión de ojos brillantes. - ¡Bárbaro! - ¡Fantástico! No había espacio para volteretas. Aquella vez Ralph tuvo que expresar la intensidad de su entusiasmo fingiendo derribar a Simón de un golpe; y pronto formaron un montón