- No vamos a ver nada desde el extremo porque no hay ningún extremo - dijo Jack -.
Sólo una curva suave... y fíjate que las rocas son cada vez más peligrosas...
Ralph hizo pantalla de sus ojos con una mano y siguió el perfil mellado de los riscos
montaña arriba. Era el lugar de la playa más cercano a la montaña que hasta el momento
habían visto.
- Trataremos de escalar la montaña desde aquí - dijo -. Me parece que este es el
camino más fácil. Aquí hay menos jungla y más de estas rocas de color rosa. ¡Vamos!
Los tres muchachos empezaron a trepar. Alguna fuerza desconocida había dislocado
aquellos bloques, partiéndolos en pedazos que quedaron inclinados, y con frecuencia
apilados uno sobre otro en volumen decreciente. La forma más característica era un
rosado risco que soportaba un bloque ladeado, coronado a su vez por otro bloque, y éste
por otro, hasta que aquella masa rosada constituía una pila de rocas en equilibrio que
emergía atravesando la ondulada fantasía de las trepadoras del bosque. A menudo,
donde los riscos rosados se erguían del suelo aparecían senderos estrechos que
serpenteaban hacia arriba. Sería fácil caminar por ellos, de cara hacia la montaña y
sumergidos en el mundo vegetal.
- ¿Quién haría este camino?
Jack se paró para limpiarse el sudor de la cara. Ralph, junto a él, respiraba con
dificultad.
- ¿Hombres?
Jack negó con la cabeza.
- Los animales.
Ralph penetró con la mirada en la oscuridad bajo los árboles. La selva vibraba sin
cesar.
- Vamos.
Lo más difícil no era la abrupta pendiente, rodeando las rocas, sino las inevitables
zambullidas en la maleza hasta alcanzar la vereda siguiente. Allí las raíces y los tallos de
las plantas trepadoras se enredaban de tal modo que los muchachos habían de
atravesarlos como dóciles agujas. Aparte del suelo pardo y los ocasionales rayos de luz a
través del follaje, lo único que les servía de guía era la dirección de la pendiente del
terreno: que este agujero, aún galoneado por cables de trepadoras, se encontrase más
alto que aquel.
Siguieron hacia arriba a pesar de todo.
En uno de los momentos más difíciles, cuando se encontraban atrapados en aquella
maraña, Ralph se volvió a los otros con ojos brillantes.
- ¡Bárbaro!
- ¡Fantástico!
- ¡Estupendo!
No era fácil explicar la razón de su alegría. Los tres se sentían sudorosos, sucios y
agotados. Ralph estaba lleno de arañazos. Las trepadoras eran tan gruesas como sus
propios muslos y no dejaban más que túneles por donde seguir avanzando. Ralph gritó
para sondear, y escucharon los ecos amortiguados.
- Esto sí que es explorar - dijo Jack -. Te apuesto a que somos los primeros que
entramos en este sitio.
- Deberíamos dibujar un mapa - dijo Ralph -. Lo malo es que no tenemos papel.
- Podríamos hacerlo con la corteza de un árbol - dijo Simón -, raspándola y luego
frotando con algo negro.
De nuevo, en la temerosa penumbra, brotó la solemne comunión de ojos brillantes.
- ¡Bárbaro!
- ¡Fantástico!
No había espacio para volteretas. Aquella vez Ralph tuvo que expresar la intensidad de
su entusiasmo fingiendo derribar a Simón de un golpe; y pronto formaron un montón