- De acuerdo, iré.
- Y yo...
Jack sacó una navaja envainada, de respetable tamaño, y la clavó en un tronco. El
alboroto subió y decayó de nuevo.
Piggy se removió en su asiento.
- Yo iré también. Ralph se volvió hacia él.
- No sirves para esta clase de trabajo.
- Me da igual...
- No te queremos para nada - dijo Jack sin más -; basta con tres.
Los muchachos del coro, como si acabara de terminarse
- Yo estaba con él cuando encontró la caracola. Estaba con él antes de que vinierais
vosotros.
Ni Jack ni los otros le hicieron caso. Hubo una dispersión general.
Ralph, Jack y Simón saltaron de la plataforma y marcharon por la arena, dejando atrás
la poza. Piggy les siguió con esfuerzo.
- Si Simón se pone en medio - dijo Ralph -, podremos hablar por encima de su cabeza.
Los tres marchaban al unísono, por lo cual Simón se veía obligado a dar un salto de
vez en cuando para no perder el paso. Al poco rato Ralph se paró y se volvió hacia Piggy.
- Oye.
Jack y Simón fingieron no darse cuenta de nada. Siguieron caminando.
- No puedes venir.
De nuevo se empañaron las gafas de Piggy, esta vez por humillación.
- Se lo has dicho. Después de lo que te conté. Se sonrojó y le tembló la boca.
- Después que te dije que no quería...
- Pero ¿de qué hablas?
- De que me llamaban Piggy. Dije que no me importaba con tal que los demás no me
llamasen Piggy, y te pedí que no se lo dijeses a nadie, y luego vas y se lo cuentas a
todos.
Cayó un silencio sobre ellos. Ralph miró a Piggy con más comprensión, y le vio
afectado y abatido. Dudó entre la disculpa y un nuevo insulto.
- Es mejor Piggy que Fatty - dijo al fin, con la firmeza de un auténtico jefe -. Y además,
siento que lo tomes así. Vuélvete ahora, Piggy, y toma los nombres que faltan. Ese es tu
trabajo. Hasta luego.
Se volvió y corrió hacia los otros dos. Piggy quedó callado y el sonrojo de indignación
se apagó lentamente. Volvió a la plataforma.
Los tres muchachos marcharon rápidos por la arena. La marea no había subido aún y
dejaba descubierta una franja de playa, salpicada de algas, tan firme como un verdadero
camino. Una especie de hechizo lo dominó todo; les sobrecogió aquella atmósfera
encantada y se sintieron felices. Se miraron riendo animadamente; hablaban sin
escucharse. El aire brillaba. Ralph, que se sentía obligado a traducir todo aquello en una
explicación, intentó dar una voltereta y cayó al suelo. Al cesar las risas, Simón acarició
tímidamente el brazo de Ralph y se echaron a reír de nuevo.
- Vamos - dijo Jack en seguida -, que somos exploradores.
- Iremos hasta el extremo de la isla - dijo Ralph - y veremos desde allí lo que hay al otro
lado.
- Si es que es una isla...
Ahora, al acercarse la noche, los espejismos iban cediendo poco a poco.
Divisaron el final de la isla, bien visible y sin ningún efecto mágico que ocultase su
aspecto o su sentido. Se hallaron frente a un tropel de formas cuadradas que ya les eran
familiares y un gran bloque en medio de la laguna. En él tenían sus nidos las gaviotas.
- Parece una capa de azúcar - dijo Ralph - sobre una tarta de fresa.