EL SEÑOR DE LAS MOSCAS | Page 14

- De acuerdo, iré. - Y yo... Jack sacó una navaja envainada, de respetable tamaño, y la clavó en un tronco. El alboroto subió y decayó de nuevo. Piggy se removió en su asiento. - Yo iré también. Ralph se volvió hacia él. - No sirves para esta clase de trabajo. - Me da igual... - No te queremos para nada - dijo Jack sin más -; basta con tres. Los muchachos del coro, como si acabara de terminarse - Yo estaba con él cuando encontró la caracola. Estaba con él antes de que vinierais vosotros. Ni Jack ni los otros le hicieron caso. Hubo una dispersión general. Ralph, Jack y Simón saltaron de la plataforma y marcharon por la arena, dejando atrás la poza. Piggy les siguió con esfuerzo. - Si Simón se pone en medio - dijo Ralph -, podremos hablar por encima de su cabeza. Los tres marchaban al unísono, por lo cual Simón se veía obligado a dar un salto de vez en cuando para no perder el paso. Al poco rato Ralph se paró y se volvió hacia Piggy. - Oye. Jack y Simón fingieron no darse cuenta de nada. Siguieron caminando. - No puedes venir. De nuevo se empañaron las gafas de Piggy, esta vez por humillación. - Se lo has dicho. Después de lo que te conté. Se sonrojó y le tembló la boca. - Después que te dije que no quería... - Pero ¿de qué hablas? - De que me llamaban Piggy. Dije que no me importaba con tal que los demás no me llamasen Piggy, y te pedí que no se lo dijeses a nadie, y luego vas y se lo cuentas a todos. Cayó un silencio sobre ellos. Ralph miró a Piggy con más comprensión, y le vio afectado y abatido. Dudó entre la disculpa y un nuevo insulto. - Es mejor Piggy que Fatty - dijo al fin, con la firmeza de un auténtico jefe -. Y además, siento que lo tomes así. Vuélvete ahora, Piggy, y toma los nombres que faltan. Ese es tu trabajo. Hasta luego. Se volvió y corrió hacia los otros dos. Piggy quedó callado y el sonrojo de indignación se apagó lentamente. Volvió a la plataforma. Los tres muchachos marcharon rápidos por la arena. La marea no había subido aún y dejaba descubierta una franja de playa, salpicada de algas, tan firme como un verdadero camino. Una especie de hechizo lo dominó todo; les sobrecogió aquella atmósfera encantada y se sintieron felices. Se miraron riendo animadamente; hablaban sin escucharse. El aire brillaba. Ralph, que se sentía obligado a traducir todo aquello en una explicación, intentó dar una voltereta y cayó al suelo. Al cesar las risas, Simón acarició tímidamente el brazo de Ralph y se echaron a reír de nuevo. - Vamos - dijo Jack en seguida -, que somos exploradores. - Iremos hasta el extremo de la isla - dijo Ralph - y veremos desde allí lo que hay al otro lado. - Si es que es una isla... Ahora, al acercarse la noche, los espejismos iban cediendo poco a poco. Divisaron el final de la isla, bien visible y sin ningún efecto mágico que ocultase su aspecto o su sentido. Se hallaron frente a un tropel de formas cuadradas que ya les eran familiares y un gran bloque en medio de la laguna. En él tenían sus nidos las gaviotas. - Parece una capa de azúcar - dijo Ralph - sobre una tarta de fresa.