prólogo
La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil,
que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse.
Ernesto Sábato
No es lo mío esto de escribir y contar historias. Lo mío es el estu-
dio de la naturaleza, andar por la montaña, y bueno, algunas otras
cosas más; también soy muy aficionado al tiro deportivo, que
practico con cierta frecuencia y a viajar en moto. Pero ahora que
tengo tiempo, pues me rompí una pierna en el transcurso de la
increíble aventura que voy a contar y tengo que guardar reposo,
reparto las horas que se me escapan de las manos entre los docu-
mentales de la tele, las películas de video y esto que hago: relatar
una experiencia compuesta por lo que viví en mi propia carne y
otras vivencias que me contaron quienes asistieron a ciertos epi-
sodios a los que me referiré. Así se conforma lo que al menos a
mí me parece una increíble aventura.
Escribo esta historia porque creo que merece la pena que
quienquiera que tenga interés conozca los hechos en ella conta-
dos y para poner de manifiesto la figura de un tipo sencillamente
fascinante, que marcó un antes y un después en mi vida, desde el
mismo momento en que le conocí.
Bueno, creo que lo lógico es que antes de continuar me
presente. Me llamo Ignacio Rivera pero todos me llaman Nacho.
Nací en Avilés, aunque cuando tenía quince años a mi padre, que
era veterinario como lo fue mi abuelo, le salió un buen trabajo en
Oviedo y nos trasladamos a vivir a la capital.
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