El hombre regresó a su casa y se quedó hundido cuando vio que todo se había
esfumado. Ya no había fuentes, ni jardines, ni palacete ni sirvientes. Frente a él
volvía a estar la pobre y solitaria cabaña de madera en la que siempre habían
vivido. Tampoco su mujer era ya una refinada dama envuelta en tules, sino la
esposa de un humilde pescador, vestida con una falda hecha de retales y
zapatillas de cuerda.
¡Adiós al sueño de tenerlo todo! Muy a su pesar los dos tuvieron que continuar
con su vida de trabajo y sin ningún tipo de lujos. Nunca volvieron a saber nada
de aquel pececito agradecido y generoso que les había dado tanto. La
ambición sin límites tuvo su castigo.