El patito feo
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que le habían puesto por nombre “Chiquitita Piernascortas”. Era una gran
ponedora y la anciana la quería como a su propia hija.
Cuando llegó la mañana, el gato y la gallina no tardaron en descubrir al extraño
patito. El gato lo saludó ronroneando y la gallina con su cacareo.
-Pero, ¿qué pasa? -preguntó la vieja, mirando a su alrededor. No andaba muy
bien de la vista, así que se creyó que el patito feo era una pata regordeta que se
había perdido-. ¡Qué suerte! -dijo-. Ahora tendremos huevos de pata. ¡Con tal que
no sea macho! Le daremos unos días de prueba.
Así que al patito le dieron tres semanas de plazo para poner, al término de las
cuales, por supuesto, no había ni rastros de huevo. Ahora bien, en aquella casa el
gato era el dueño y la gallina la dueña, y siempre que hablaban de sí mismos
solían decir: “nosotros y el mundo”, porque opinaban que ellos solos formaban la
mitad del mundo , y lo que es más, la mitad más importante. Al patito le parecía
que sobre esto podía haber otras opiniones, pero la gallina ni siquiera quiso oírlo.
-¿Puedes poner huevos? -le preguntó.
-No.
-Pues entonces, ¡cállate!
Y el gato le preguntó:
-¿Puedes arquear el lomo, o ronronear, o echar chispas?
-No.
-Pues entonces, guárdate tus opiniones cuando hablan las personas sensatas.
Con lo que el patito fue a sentarse en un rincón, muy desanimado. Pero de pronto
recordó el aire fresco y el sol, y sintió una nostalgia tan grande de irse a nadar en
el agua que -¡no pudo evitarlo!- fue y se lo contó a la gallina.
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