El patito feo
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-¡Sí, mátenme, mátenme! -gritó la desventurada criatura, inclinando la cabeza
hacia el agua en espera de la muerte. Pero, ¿qué es lo que vio allí en la límpida
corriente? ¡Era un reflejo de sí mismo, pero no ya el reflejo de un pájaro torpe y
gris, feo y repugnante, no, sino el reflejo de un cisne!
Poco importa que se nazca en el corral de los patos, siempre que uno salga de un
huevo de cisne. Se sentía realmente feliz de haber pasado tantos trabajos y
desgracias, pues esto lo ayudaba a apreciar mejor la alegría y la belleza que le
esperaban. Y los tres cisnes nadaban y nadaban a su alrededor y lo acariciaban
con sus picos.
En el jardín habían entrado unos niños que lanzaban al agua pedazos de pan y
semillas. El más pequeño exclamó:
-¡Ahí va un nuevo cisne!
Y los otros niños corearon con gritos de alegría:
-¡Sí, hay un cisne nuevo!
Y batieron palmas y bailaron, y corrieron a buscar a sus padres. Había pedacitos
de pan y de pasteles en el agua, y todo el mundo decía:
-¡El nuevo es el más hermoso! ¡Qué joven y esbelto es!
Y los cisnes viejos se inclinaron ante él. Esto lo llenó de timidez, y escondió la
cabeza bajo el ala, sin que supiese explicarse la razón. Era muy, pero muy feliz,
aunque no había en él ni una pizca de orgullo, pues este no cabe en los corazones
bondadosos. Y mientras recordaba los desprecios y humillaciones del pasado, oía
cómo todos decían ahora que era el más hermoso de los cisnes. Las lilas
inclinaron sus ramas ante él, bajándolas hasta el agua misma, y los rayos del sol
eran cálidos y amables. Rizó entonces sus alas, alzó el esbelto cuello y se alegró
desde lo hondo de su corazón:
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