el newsletter de la camada 87 mayo 2014 | Page 19

También el primer día cayó el Manolo, y tampoco le entendía nada con su acento irlandés, digamos que no era el rey de modulación. Pasó entre los bancos preguntando el apellido de cada uno. Yo estaba entre los primeros, al lado de Rata. Cuando el Manolo lo señala dice “Israel”. Entonces cuando me señaló a mí grité “¡México!”.  En los ochentas cada país era su propio mundo, y más Argentina que está lejos de todo y salía del Proceso. Costó aclimatarse. Acá no se había escuchado hablar del SIDA, por ejemplo. No había divorcio. Las modas eran otras. Todo era raro para mí, y yo era raro para todos. A nivel académico tampoco entendía nada. Por ejemplo, para mí era impensado que el Coco nos diga que estudiemos 20 páginas y al día siguiente uno tenga que pararse al frente y recitar de memoria lo que leyó. Un día en física había que hacer un polígono de fuerzas. Como no me entraba el dibujo, pegué muy prolijamente con cinta scotch una hoja al lado de la otra.  Al Tito Heinemann no le gustó y me rompió el trabajo en la cara. Quedé atónito.  También recuerdo haber hecho dibujos para la Pizzini (profesora de educación plástica para los no memoriosos) y que alguien afanó, borró mi nombre y los hizo pasar como propios. Pero las cosas mejoraron con el tiempo y me acomodé a la rutina de un mundo masculino.  Del colegio recuerdo