de corazón. Pide no “condenar” sino “acompañar” a las
personas que han fracasado en su matrimonio. Dice “Si una
persona es gay y busca al Señor, ¿quién soy yo para
juzgarla? El catecismo de la Iglesia dice que no se debe
marginar a esas personas, y que deben ser integradas a la
sociedad.” Si algo resalta como pastor de la Iglesia, es el
amor misericordioso que aborrece al pecado y ama al
pecador. Se reconoce a sí mismo pecador.
Es un ser profundamente ecuménico. Se reúne con
miembros de toda las religiones, incluso con ateos, y
comparte con ellos su Fe. Llega a pedir a “creyentes y no
creyentes del mundo entero” una vigilia de oración y ayuno
por la paz ante la inminencia de la guerra en Siria. Esa noche
pide: “Nunca más los unos contra los otros. ¡Nunca más!”
Su primer viaje es a Lampedusa, donde dice sentir
vergüenza ante el naufragio que se cobró la vida de gran
parte de los 500 inmigrantes. Se acerca al que sufre e invita
a “mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacerse
cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas”.
Inicia una profunda reforma de la curia Romana tras años de
escandalos y críticas contra el gobierno central de la Iglesia
católica. Establece el “G8”, órgano consejero constituído por
8 cardenales. También encara la reforma del IOR –conocido
como banco del Vaticano-, creó una secretaría económica y
un órgamo supervisor para hacer más transparentes las
finanzas del Vaticano.