el newsletter de la camada 87 abril 2014 | Page 13

semana, me dijo: “ok, yo invito a mis hijos, pero que cada uno se haga cargo de sus propios hijos”. Empezó la organización del viaje: éramos nueve. El Doctor, sus cuatro hijos y cuatro nietos. Reservamos pasajes, definimos itinerarios, luchamos con la agencia de turismo, típicos trámites previos a todo viaje de esta magnitud. Faltando apenas cuatro días para salir, mi hermano mayor Miguel me dice: “se sumó Santi”, que es su hijo mayor, de 21 años. “No llego a pagarle todo”, me confiesa Miguel, “así que tengo pasaje y entradas, pero ¿y el hotel? Yo pensé: “el Doctor no se puede enterar jamás de esto, o no se sube al avión”. ¡Ahora éramos diez!   Compré unas remeras con la inscripción “Gracias Doctor”, y Santi armó un trapo con el mismo logo. Así salimos de Ezeiza, con escala en Santiago de Chile. En el mismo vuelo estaba Pedro Pereyra, mi primo hermano, cuyo padre -mi tío- era el mejor amigo de mi viejo. Charlando con él en Santiago, me dice: “a mí me sobran entradas porque inconscientemente saqué cuatro” (uno de sus hijos murió en el accidente de los chicos de Newman), y ahí me cayó la ficha: qué lujo, tener a mi viejo, de 80 años, impecable de salud y a mi hijo conmigo. Miraba hacia arriba, en términos de generaciones, y estaba el Viejo; miraba hacia abajo, y estaba mi hijo. Un privilegio.