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La acción de cuidar a un ser querido puede aumentar la autoestima del cuidador, así como su propia eficacia al ir atendiendo las necesidades del enfermo, su crecimiento personal y el hecho de sentirse bien con uno mismo. Sin embargo, y aparte de los problemas físicos relacionados con el cuidado que puede presentar la persona, entre las afecciones más frecuentes que aparecen en el cuidador está el cansancio y la depresión, así como la dificultad de mantener una vida relacional y social con su entorno, lo que hace que el cuidador se vaya sintiendo cada vez más aislado. Esta situación puede provocar en la persona una pérdida de su propia identidad, un duelo, rabia o deseo de retomar el control de su propia vida. A su vez, el hecho de que el cuidador sea consciente de estos sentimientos puede provocarle una sensación de culpa.
Por estos motivos, es imprescindible que se establezca una buena relación y comunicación entre el cuidador y el equipo de profesionales que lleve al enfermo. En situación de vulnerabilidad, paciente y cuidador valoran enormemente, además de sus competencias técnicas, las competencias humanísticas que los profesionales puedan transmitir. La información de calidad, la empatía, la calidez en el trato y la cercanía ayudarán a que el cuidador pueda desempeñar su función en mejores condiciones.
Es necesario responder a la situación de vulnerabilidad por la que pasa el cuidador con un asesoramiento y apoyo eficaces que contribuyan a mejorar su bienestar y el del paciente, no solo a nivel físico, sino también emocional.