Separar a un niño de sus padres puede modificarle el cerebro
Deja Cicatrices Profundas
Jacek Debiec, Assistant Professor / Department of Psychiatry; Assistant Research Professor / Molecular Behavioral Neuroscience Institute, University of Michigan
Una separación repentina y duradera de un cuidador daña la capacidad del pequeño para procesar emociones
Cuando nacemos, el cerebro es el órgano más inmaduro de nuestro cuerpo y hasta bien entrada la década de los veinte años no madura de forma íntegra. Cualquier revés grave y prolongado, como una separación repentina, inesperada y duradera de un cuidador, cambia su estructura, daña la capacidad del niño para procesar las emociones y deja cicatrices profundas y duraderas.
Son malas noticias porque, aunque el presidente de EEUU, Donald Trump, haya puesto fin a su política de inmigración de “tolerancia cero” que incluía separar a familias en la frontera, hay unos 2.300 niños cuyo reagrupamiento familiar sigue siendo incierto.
En mi práctica psiquiátrica y terapéutica trabajo con niños y con adultos que, siendo niños, fueron separados de sus padres de manera inesperada y por un tiempo prolongado. Algunos evolucionan mejor que otros. Unos se enfrentan a los habituales trastornos psiquiátricos, mientras que otros carecen de diagnóstico. Lo que es seguro es que su autoestima y la confianza en el prójimo se ven alteradas. El impacto del trauma de la separación es duradero.
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Nacidos para ser cuidados
Las especies altriciales, como los humanos, dependemos del cuidado de nuestra familia para la supervivencia y el desarrollo posterior al nacimiento. Los padres son necesarios para regular la temperatura de la cría y proporcionar alimentos y protección contra las amenazas ambientales. Esto se consigue porque la vinculación de los padres con su descendencia es profunda. Los recién nacidos aprenden rápidamente que los signos de la presencia de sus progenitores, la imagen, la voz, el tacto o el olor, indican seguridad.
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