El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 68
¨El Misterio de Belicena Villca¨
como él, tiene el poder de abrir las Fuentes con sus golpes, sólo que en su caso se trata de
las Fuentes de la Sabiduría.
Los sobrevivientes de la Casa de Tharsis, curiosamente dieciocho en total, se hallaban
reunidos cerca de la Caverna Secreta, en una estrecha terraza protegida naturalmente con
enormes rocas que permitían una cierta defensa y desde la cual se podía dominar la ladera de
la sierra. Cuenta la saga familiar que, un momento antes, los Hombres de Piedra, únicos que
sabían ingresar en ella, habían sostenido un consejo en la Caverna Secreta: frente al desastre
que se abatía contra la Casa de Tharsis, juraron dedicar todos los esfuerzos para dar
cumplimiento a la misión familiar y para salvar a la Espada Sabia. Era preciso que la Estirpe
continuase existiendo a cualquier costo; en cuanto a la Espada Sabia, decidieron que, tras la
muerte de la última Vraya, quedase perpetuamente depositada en la Caverna Secreta, por lo
menos hasta el día en que otros Hombres de Piedra, descendientes de la Casa de Tharsis,
observasen en ella la Señal Lítica de K'Taagar y supiesen que deberían partir: hasta esa
ocasión la Espada Sabia no volvería a ver la luz del día.
Al salir, comunicaron estas determinaciones a sus parientes y requirieron noticias sobre el
Reino. Pero las noticias que llegaban al improvisado refugio eran extrañas y contradictorias.
Se debería descartar una pronta ayuda de los romanos pues los Golen habían sublevado
contra ellos a todos los pueblos de las Galias, cortándoles el camino hacia España: el acudir
en socorro de Tartessos exigía ahora una expedición muy numerosa, que dejaría
desguarnecida a la misma Roma. Por otra parte, en Tartessos, la victoria cartaginesa había
sido aplastante: toda la Tartéside estaba en poder del General Barca, lo que completaba la
ocupación total del Sur de España. A los Señores de Tharsis sólo les quedaban sus vidas y un
batallón de fieles y aguerridos guardias reales. Sin embargo, algo extraño y contradictorio
ocurrió.
Amílcar Barca, es cierto, hizo arrasar Tartessos hasta convertirla en escombros. En esta
acción tanto él, como el ejército mercenario, actuaron movidos por una furia homicida que
superaba todo razonamiento, por una fuerza indominable que se apoderó de ellos y no los
abandonó hasta no haber destruido completamente la ciudad ya ocupada. Fue como si el odio
experimentado durante siglos por los Golen contra la Casa de Tharsis se hubiese acumulado
en algún oscuro recipiente, quizás en el Mito de Perseo, para descargarse todo junto en el
Alma de los cartagineses. Empero, luego de consumarse la irracional destrucción, el General
Barca y