El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 511
¨El Misterio de Belicena Villca¨
Creo, Neffe, que los cinco pensamos en ese momento en el Valle de los Demonios
Inmortales, en el Vîmâna de Shambalá, en el zumbido mortal, y nos echamos a reír a
carcajadas.
–Ja, ja, ja ¿De los comunistas?
–respondí con los
ojos inundados de lágrimas –Ja, ja, ja.
Karl Von Grossen asintió riendo, gesto que imitó Oskar, Bangi y Srivirya. El sorprendido
Cónsul optó por no preguntar más y nos hizo acompañar por el Secretario hasta el cercano
Hotel.
Todo se solucionó en los siguientes días. Llegaron órdenes terminantes de Alemania para
que se nos embarcara inmediatamente y sin discusiones. Siete días después salíamos en un
buque carguero que haría en Macao la primera de una interminable serie de escalas
comerciales. Sin embargo, el Capitán nos comunicó que “en algún lugar del Océano Indico”,
cuyas coordenadas le serían transmitidas por radio, trasbordaríamos a un buque de guerra.
Así ocurrió a pocas millas de Sumatra: un desconcertado Almirante nos recogió en su crucero
y puso rumbo directo a Alemania. El barco se dirigía a la Argentina junto a otros dos,
ejecutando una maniobra largamente planeada. A la altura de Ciudad de El Cabo, recibió la
orden de desviarse al Océano Indico para alzar cinco pasajeros. Su nueva misión estaba
calificada de “máxima seguridad” y, desde el momento en que abordaran los misteriosos
personajes, debía transmitir en una clave supersecreta y evitar todo contacto con otros barcos
o estaciones terrestres. Nadie debía poder ubicar al crucero pues, de lo contrario, existía la
posibilidad de que “entrasen en operaciones”. –“¿Quién nos atacaría a nosotros en tiempos de
paz?” –Mascullaba el Almirante–. “Debe tratarse de otro juego de Estado Mayor, una maniobra
secreta de prueba para la Kriegmarine”.
El Almirante no imaginaba que si las fuerzas sinárquicas hubiesen conocido la ubicación
de su barco, y la identidad de sus ocupantes, se lo habrían hundido allí mismo.
Capítulo XXXIX
Veinte días después de partir de Shanghái, desembarcamos en Hamburgo. Allí nos estaba
esperando un oficial del S.D. exterior al mando de un pelotón; sus órdenes: conducir a Karl
Von Grossen, a Oskar Feil, a Srivirya y a Bangi, en dos coches hacia Berlín. Yo debía
apartarme del grupo y abordar un tercer coche hasta el aeropuerto local, donde un avión me
transportaría igualmente a Berlín.
Íbamos a separarnos por primera vez en varios meses y la experiencia resultaba dolorosa.
Todos habíamos perdido Camaradas y corrido juntos peligros mortales; las aventuras vividas
nos hermanaban. Antes de abandonarlos, Von Grossen quiso hablarme a solas.
– ¡Lo sabía! –me dijo con tono preocupado–. Von Sübermann: ¡Ud. era la clave primera de
la Operación Clave Primera! Y la Thulegesellschaft sólo se ocupará de Ud. Nosotros, desde
este momento, quedaremos incomunicados, aislados del resto de la
para evitar que
hablemos. ¡Sabemos mucho, Kurt, quizás más de lo que a los Iniciados de la Orden Negra les
conviene que alguien sepa! Presiento que tal vez no nos volvamos a ver –concluyó
lúgubremente.
– ¡Ud. delira, mi Standartenführer –Exclamé horrorizado– ¡Eso no puede ser!
Regresamos de cumplir una importante misión, creo que exitosamente, y no hay motivo alguno
para que en lugar de recibir la aprobación superior alguien sea castigado. ¡Ud. está cansado,
Von Grossen, se lo digo respetuosamente! Verá como pronto nos reuniremos en una
cervecería de la Friedrichstrasse para festejar. Es natural que primero debamos brindar los
informes correspondientes a nuestras respectivas unidades, pero luego de esos lógicos
trámites dispondremos de tiempo para volvernos a ver.
Von Grossen sacudía la cabeza como negándose a admitir que mis argumentos
penetraran por sus oídos.
– ¡No; no! Von Sübermann, una vez más Ud. no comprende la situación. Escúcheme bien
ahora porque la posibilidad de que nos separemos definitivamente es real. Se lo digo muy
consciente y basándome en toda mi experiencia previa en operaciones secretas. No estoy tan
cansado como para no poder prevenir lo que puede ocurrir: seremos eliminados. Es decir, si
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