El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 508
¨El Misterio de Belicena Villca¨
salvo su dignidad: le llaman “contribución a la Revolución”. Empero, si de todos modos os
requisan, haréis valer vuestros papeles y vuestro, más valioso talento. ¿Estáis conformes? En
caso contrario os daré más detalles; pero os conviene confiar en la Banda Verde, que conoce
China como nadie.
Von Grossen se había quedado de una pieza: el apoyo logístico con que contaríamos
sería análogo al que brinda un Servicio Secreto. Sin embargo no se amilanó y volvió a la carga
con otra pregunta:
–Supongo que el resto del trayecto estará igualmente cubierto ¿No? Créame que
confiamos en ustedes; mis preguntas obedecen a un fin más bien... profesional. ¡Eso es:
profesional! Soy un oficial de inteligencia y no puedo evitar interrogar. En verdad en quien
confiamos completamente es en el Círculo Kâula: y ellos nos han puesto en sus manos. Así
que debemos tener confianza en la Banda Verde.
–Hacéis bien en darnos crédito. No os defraudaremos. Y os aseguro que nuestro hombre
los llevará sanos y salvos a Shanghái: él conoce el paso por los montes Tsing-Ling y a la
gente de Han-Kiang, así como a los japoneses de la guardia fronteriza en Nanking. Mas, por
las dudas, antes de partir de aquí os daré una contraseña para el contacto en Han-Kiang y os
diré dónde encontrarlo.
Por el momento, Von Grossen se dio por satisfecho, y los cinco fuimos conducidos a un
amplio cuarto de huéspedes, atendidos por solícitas y discretas damas chinas. En los
siguientes días ya habría oportunidad para que el Standartenführer le arrancase a Thien-ma
todos los datos que le interesaban.
Capítulo XXXVIII
Puedo decir, Neffe, que los Verdes nos pusieron sin inconvenientes en las puertas mismas del
consulado alemán en Shanghái. El plan se realizó como lo había previsto Thien-ma. Seis días
después nos hallábamos navegando en un recio y macizo junco por la cenagosa corriente del
Yangtsé-Kiang. Pasamos tranquilamente frente a Nanking y, a la altura de la ciudad de Chin-
Kiang, dimos con la confluencia del río Vu-Sang. Con gran habilidad, el capitán viró el timón y
se introdujo en la corriente descendente de este último río, pues 500 km. más adelante, sobre
su orilla izquierda, se levanta la populosa Shanghái.
Es inimaginable la mercancía que transportaba aquel inocente junco. Claro que no lo sería
tanto si se lo inspeccionaba de cerca y se admiraba la hilera de cañones a babor y estribor, y
las dos ametralladoras pesadas a proa y a popa. Pero las precauciones no estaban de más
pues el barco contrabandeaba armas, explosivos, telas finas, porcelana, metales, minerales,
especias, alimentos, opio, y hasta desertores de ambos bandos chinos o vulgares delatores,
además del clásico cargamento de prostitutas chinas del que ninguna organización semejante
podía prescindir. Junto a tan heterogéneos y peligrosos artículos, nosotros resultábamos una
insignificante molestia. Recién lo comprendimos en Han-Kiang, al abordar el junco y
comprobar el fuerte volumen de mercadería que traficaba la Banda Verde: como aquél, nos
informó nuestro guía, la Sociedad poseía toda una flota sólo en el Yangtsé-Kiang, sin contar
los que flotaban en otros Ríos y en el Mar, y que viajaban hasta Hong Kong, Cantón o Macao.
Sobre el río Vu-Sang, pasamos frente a numerosos y modestos poblados, dedicados a la
labranza y el cultivo, y al lago Tai-Hu que llena con sus aguas. Tras deslizarnos 200 km.
llegamos a Shanghái y atracamos en un pequeño embarcadero privado, provisto de una gran
choza que servía de depósito. Otros miembros de la Banda, que aguardaban
disciplinadamente, se encargaron de la descarga y la estiba, y de llevarse a las prostitutas y a
los fugitivos. Nos sorprendió la ausencia de control japonés, a los que tampoco vimos en
Nanking ni en ninguna otra parte. –Es que los japoneses ya fueron untados –nos dijo el guía
en su llamativo pidgin, una jerga mezcla de portugués e inglés que se habla en las costas
marítimas de China: obviamente, llamar untar al soborno es una ironía propia de Portugal y
España. – ¿No os lo explicó el Señor Thien-ma? Le contesté en la misma lengua que sí, pero
que nos impresionaba el poder que la pasta de la Banda Verde ejercía sobre las personas
untadas. Sonrió y nos comunicó que iríamos de inmediato a Shanghái.
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