El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 504
¨El Misterio de Belicena Villca¨
observar a los borregos y a las ratas, y a una infinidad de alimañas más, bajo los
vistosos y engañosos trajes de león, cóndor, y otros depredadores.
Creo, Neffe, que los japoneses ya eran antes de la Guerra Mundial lo que hoy son; que no
“cambiaron” un ápice; que el Shivagurú tenía razón en sus temores, pero que no comprendía
totalmente la Estrategia del Führer; que, efectivamente, nos traicionaron, pues sus corazones
estaban con la Fraternidad Blanca, aunque sus labios desmintiesen los actos estratégicos
opuestos a nuestra weltanschauung; y que ello era previsible, especialmente para los chinos,
que desde hacía milenios sabían con la clase de bueyes que araban. Pero la traición no
consistió solamente en el infame pacto, respetado escrupulosamente, que dejaba a los
soviéticos las manos libres para ocuparse únicamente de Alemania. Recordemos también que
el 7 de Diciembre de 1941, cuando los alemanes afrontaban el terrible invierno ruso
enfrentando sin tregua a los bolcheviques, los “Camaradas” japoneses atacaban Estados
Unidos en Pearl Harbor, concediendo de ese modo la oportunidad a esa colosal y estúpida
potencia sinárquica para intervenir directamente en la contienda mundial.
De acuerdo al modelo clásico de la Justicia judaica, el “pecado” de un pueblo hacia
Jehová es redimible mediante el Sacrificio Ritual de una parte de sus miembros y del
sometimiento del resto a la Ley. Si bien los japoneses no participaron directamente de las
bondades de la cultura judaica, su afición al budismo, y a toda forma de religión fundada en la
Kâlachakra de Chang Shambalá, demostró que su apartamiento de la Ley no era tan grande:
el pecado mayor consistía, sin dudas, en su reciente alianza con el nazismo y el fascismo.
Pero ese pecadillo sólo requería un purgatorio, de Fuego, frente a la condena eterna que los
Rabinos pretendían aplicar al nacionalsocialismo alemán.
¿Cómo purgar a todo un pueblo de un pecado que ofende al Creador? Mediante la lejía,
responden los Rabinos; lavando el pecado de toda la Raza por medio de la lejía humana
obtenida en el Sacrificio Uno, y reincorporando luego del purgatorio a toda la Raza al Paraíso
de la Sinarquía Universal. No sería muy caro el precio a pagar: 250 a 300 mil hombres
bastarían para fabricar la ceniza suficiente. Los Rabinos y los Sacerdotes japoneses de la
Fraternidad Blanca arreglan el pacto, y es así como el 6 de Agosto de 1945 y el 9 de Agosto
de 1945 caen las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki: ceniza de miles de hombres,
sal de la Tierra y del Cielo, agua del Cielo y de la Tierra, lejía humana que lava el pecado del
hombre contra Jehová Dios y contra la Ley de Dios.
Quien ordena el mini Holocausto de Fuego de los japoneses es el presidente hebreo de
los Estados Unidos, Harry Salomón Truman, cuyo verdadero apellido es Shippe. Masón de
grado 33 cuenta con el asesoramiento oculto del Gran Sanhedrín y judíos y masones de la
talla de Dean Acherson, del General Marshall, Snyder, Rosenman, etc., quienes están
desembozadamente apoyados por la banda judía de Baruch, Eleanor Roosevelt, Herbert
Lehman, Haverell Harriman, Paul Hoffman, Walter Lipman, etc. Porque la verdadera obra
sinárquica de Estados Unidos en la Segunda Guerra no fue desarrollada por Truman, quien
sólo accedió al poder el 12 de Abril de 1945, luego de la repentina muerte del judío Roosevelt:
éste fue el auténtico realizador de los planes judaicos. Descendiente de Klaes Martensen
Rosenwelt, hebreo de pura cepa que inmigró a Nueva York en 1644, Franklin Delano
Roosevelt registraba doble paternidad judía: tanto su padre, James Roosevelt, como su
madre, Sarah Delano, pertenecían al Pueblo Elegido. También su esposa, Eleanor, hija de los
judíos Elliot y Anna Hall. La mafia judía que desató la crisis de 1929 lo catapultó al poder:
algunos de los colaboradores de esa época fueron judíos de extrema peligrosidad y maldad
sin nombre, como Bernard Baruch, Herbert Lehman, Haverell Harriman, Sol Bloon, Samuel
Rosenman, Henry Margenthan, Oscar Strauss, Marios Davies, Truman, etc., todos de
excepcional poder en la Casa Blanca.
Cumplido el Sacrificio, lavado el pecado japonés con lejía humana en Hiroshima y
Nagasaki, vendría la recompensa que está a la vista: el Plan de reconstrucción del judío
Marshall, el fin del “militarismo” japonés, la integración al sistema sinárquico internacional, el
trueque de los samuráis por los yenes, la elevación de su estándar de vida, en fin, el
descubrimiento del verdadero rostro del Japón, como adelantara sabiamente el Shiva-gurú de
Sining.
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