El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 499

¨El Misterio de Belicena Villca¨ expoliadores ingleses, sino al tipo del cipayo, a la clase de hombre “valioso a su servicio” que los ingleses querían fabricar dividiendo todos sus principios. En Cartago existieron miles de mercenarios de esa clase. En el Asia y en el África los ingleses los fabricarían por centenares de miles. Y llegamos así a Chiang Kai-Shek, que era el clásico tipo de cipayo al servicio de la potencia colonial cartaginesa anglosajona, y comprobamos que al definir correctamente los términos un personaje tal nada puede tener de “nacionalista” y sí mucho de agente imperialista. El, como Gandhi en la India, Marcos en Filipinas, F. Duvalier en Haití, Reza Pahlevi en Irán, Tito en Yugoeslavia, Fidel Castro en Cuba, y tantos incontables tiranuelos de Asia, África y América Latina, fueron grandes cipayos que sistemáticamente dividieron los verdaderos movimientos nacionalistas de sus países y luego los aplastaron parte por parte; se entiende: el nacionalismo es el peor enemigo del imperialismo cartaginés-anglo-sajón. Ahora bien, Neffe: te he demostrado que el Principio Supremo del imperialismo cartaginés- anglosajón es el Principio de la División y lo opuse al Principio del Honor, que fundamenta el Imperio Universal Ario. Pues bien: cabe agregar que tal “Principio de la División” es esencialmente no ario. Pero no se trata sólo de una presunción, del hecho que tanto los cartagineses como los fenicios, egipcios, asirios, babilónicos, etc., lo hayan empleado profundamente, porque en los Reinos arios donde la hipocresía sacerdotal haya predominado durante algún período el Principio de la División también ha sido usado, dado que las castas Sacerdotales y la Sinarquía registran ambas intereses comunes. La prueba de su origen no ario está, como no podía ser de otro modo, en su procedencia bíblica. Vale decir, el Principio, que da el Derecho a Dividir, aunque antiguo y no ario, halla su formulación jurídica en el pueblo que adora un Dios de Justicia, Uno que pone las Tablas de la Ley; y ese pueblo es Israel, el Pueblo Elegido por Jehová-Satanás. Para presentar el Principio de la División los Doctores de la Ley lo expresan mediante una metáfora en el Libro I de los Reyes. A partir de esa figura se extraerá el Principio y se lo reglamentará legalmente, se lo convertirá en derecho Divino de Reyes y Emperadores; y, modernamente, en derecho no declarado propio de los jerarcas del imperialismo cartaginés-anglosajón. Lógicamente, por tratarse de un derecho, su sanción debe realizarse en el transcurso de un juicio. Y un juicio en el que el juez resulte inapelable, de manera tal que el derecho ejercido se convierta en Principio Supremo, en Ley Primera. Un juez así sólo puede ser “el hombre más sabio de la Tierra y de la Historia”; y también debe ser Rey, porque el Principio de la División otorgará el derecho sólo a Soberanos del modelo cartaginés. El hombre que reunía esas condiciones era, por supuesto, el Rey Salomón: “Tu siervo Salomón está en medio del Pueblo Elegido, que es tan numeroso que no se puede contar su muchedumbre. Concede, pues, a tu siervo un corazón prudente, para que sepa juzgar y discernir entre lo bueno y lo malo. Porque ¿quién es capaz de juzgar a este Pueblo tuyo tan considerable?” “Agradó a Jehová que Salomón hiciera esta petición por lo que dijo: ...Voy a concederte lo que pides: Te daré un corazón tan sabio e inteligente, como no ha habido otro antes de ti ni lo habrá después de ti”. (I Reyes 3,7). Ya está presentado el personaje: es sabio por disposición de Dios, su juicio es inapelable; y es Rey. Debe, a continuación, ejercer el Derecho a Dividir, para que se convierta en Principio Supremo, en Ley Primera. La oportunidad se la brindan dos prostitutas judías que discuten sobre la maternidad de un niño: una de ellas sustituyó su hijo muerto por el niño de la otra. “Dijo entonces el Rey: ésta dice: Mi hijo es el vivo, y tu hijo es el muerto. Mientras que aquella replica: No es cierto; tu hijo es el muerto y el mío es el vivo. Y añadió el Rey: traedme una Espada y ordenó: Partid en dos al niño vivo y dad una mitad a una y la otra mitad a la otra” (I Reyes 3,23). Este es el famoso “juicio salomónico”, que legaliza el derecho del Rey a dividir si ello es útil; en este caso la utilidad está en conocer la verdad, que valorizará a la madre con su niño restableciendo el servicio. Hay que advertir que se ha dejado bien claro el carácter Sacerdotal de la Investidura: el Rey no porta la Espada: la solicita; es un Sacerdote. Recordemos que la 499