¨El Misterio de Belicena Villca¨
Tercer Reich en este remoto lugar? Y lo más increíble ¿ dónde encontraron a Oskar Feil? ¿ Cómo nos siguieron? ¿ Qué es eso de los lobos de Wothan?
Durante media hora, Karl Von Grossen aclaró lo mejor que pudo todas las dudas de Von
Krupp. Al cabo, éste planteó una pregunta para la cual Von Grossen no tenía respuesta. – ¿ Y ahora qué haremos? – Mis órdenes – reveló Von Grossen – especifican que al tomar contacto con la expedición debo obrar de acuerdo a las instrucciones del Sturmbannführer Kurt Von Sübermann. Y como Ud. debe obedecerme a mí, me ahorraré el retransmitirle tales instrucciones si ambos las conocemos al mismo tiempo – concluyó con lógica aplastante –. Y bien, Von Sübermann, ¿ qué tiene que decirnos?
– ¡ Que tenemos que volver inmediatamente a Alemania! – dije sin dudar –. Mañana mismo debemos emprender el regreso. A Ernst Schaeffer y sus cuatro cómplices los conduciremos arrestados, pero si se resisten, los ejecutaremos bajo mi responsabilidad. Karl Von Grossen aprobó sin reservas esa decisión pero el más aliviado era Von Krupp. – ¿ Eso es todo? ¿ Regresar a Alemania? Es la mejor noticia que escucho en más de un año. Temí que solicitara continuar la exploración del Tíbet. ¡ Me adhiero totalmente a esa propuesta! La verdad es que ya estaba harto de Ernst Schaeffer y sus misterios.
¡ Pobre Von Krupp! Ni Von Grossen, ni Yo, imaginamos entonces que jamás regresaría a Alemania...
Capítulo XXXIII
No te podría asegurar, Neffe, si lo primero que percibimos fue el sonido o la luz, o el olor dulzón y penetrante, inconfundible del humo de sándalo, o si captamos sendos tattvas a la vez.
Los hombres de Von Krupp ya estaban guarecidos en las carpas, salvo los dos centinelas. El gurka y los lopas terminaban de armar nuestras tiendas ayudados por Heinz. Y los dos Standartenführer y Yo aún estábamos hablando. El Sol hacía tiempo que se había puesto y el crepúsculo muriente dejaba paso rápidamente a la helada noche de las cumbres tibetanas. Sin embargo, en un instante, la cañada comenzó a iluminarse desde la salida del Oeste, como si asistiésemos al amanecer de un nuevo y deslumbrante Sol.
Perplejos, pasmados, hipnotizados, los tres nos quedamos mirando la bola de luz, que atravesaba la garganta y avanzaba por el centro de la cañada, a no más de cien metros de altura. Aunque el halo se extendía decenas de metros alrededor del núcleo brillante, era posible distinguir que el centro se componía de cuatro esferas incandescentes, intersectadas excéntricamente entre sí. Pero tal observación fue cosa de un segundo, porque el sonido que acompañaba a la resplandeciente aparición nos impidió enseguida toda otra percepción.
Al menos para mí, que pasé mi infancia en una granja de El Cairo donde se criaban abejas melíferas, aquella vibración resultó claramente familiar: era el zumbido clásico de un enjambre en movimiento. Había empezado como un débil rumor, así como la luz fue al principio un suave fulgor, pero pronto se tornó insoportable. Creo que los tres nos tapamos los oídos con las manos, para comprobar desesperados que nada lograba detener la penetración sonora. Con la cabeza entre las manos, y el cerebro taladrado por la onda asesina, caí de rodillas completamente aturdido.
Sentí que iba a perder el sentido y, en un esfuerzo supremo de voluntad, miré a mí alrededor. Vi a Von Grossen, aún de pie, convulsionarse y gritar, en tanto que a escasos centímetros mío yacía el cuerpo inerte de Reinhart Von Krupp. Automáticamente puse la mano en su cuello, buscando el pulso, pero comprendí que había dejado de existir. Mi mente se nublaba; un intenso mareo me causaba la sensación de que todo giraba a mí alrededor; la náusea, iniciada en el estómago, me estremeció en una violenta arcada; y una angustia creciente en el corazón, que ya era una declarada taquicardia, me produjo la impresión de que aquel órgano quería saltar y huir de mi pecho. En fin, víctima de un ataque psicofísico, para el que no conocía defensa alguna, me desmayaba sin remedio. Risa de los Demonios, Música de los Infiernos, Armonía del Dios Creador del Universo, frente a esa fuerza desintegradora del
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