El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 487

¨El Misterio de Belicena Villca¨ –Somos oficiales del Tercer Reich –explicó Von Grossen– pero no podemos correr riesgos. ¡Heil Hitler! ¡Acérquese ahora al campamento, muy lentamente, y avise de nuestra llegada! – ¡Heil Hitler! –respondió el atribulado centinela. Con exquisita delicadeza, se fue asomando a cada una de las seis carpas y comunicando lo que ocurría a sus ocupantes. Muchos, posiblemente, habrán supuesto que el centinela desvariaba. En segundos se reunieron 20 o más hombres, pero no se podía distinguir quién era oficial o suboficial porque todos estaban vestidos con traje de paisano. Uno de ellos soltó una exclamación y se acercó varios pasos: – ¡Yo a Ud. lo conozco! ¡Es el Standartenführer Karl Von Grossen! ¿Qué Diablos hace aquí, en la axila del Tíbet? –Y Yo sé quién es Ud., Standartenführer Reinhard Von Krupp –replicó maliciosamente el siempre bien informado Von Grossen, remarcando el grado y el nombre del oficial. De sus años en la Gestapo, Von Grossen conservaba la mala costumbre de poner cierto énfasis sugestivo al nombrar a las personas, dando a entender que poseía sobre ellas información confidencial o comprometedora. –Estamos aquí para... –iba a proseguir Von Grossen, cuando fue interrumpido por la aparición de Ernst Schaeffer. Es posible, y más aún, muy probable, que Schaeffer haya perdido irreversiblemente la razón al encontrarse ante aquel espectáculo inesperado. Para comprenderlo hay que figurarse lo que sería para él haber llegado al Valle de los Inmortales, a un paso del Santuario de la Reina Madre del Oeste y de la Puerta de Chang Shambalá, y comprobar que en lugar de los Arhats aparecía un grupo de alemanes, uno de ellos su enemigo jurado. Y junto a éste, inexplicablemente, venía la víctima propiciatoria, Oskar Feil, y el gurka desaparecido. – ¡Ahahahah...! –Dio un alarido demencial y clamó– ¡disparen, mátenlos a todos! Los , oficiales y tropa, alzaron sus fusiles pero aguardaron que su Standartenführer confirmara la orden: Schaeffer era oficial de la Abwer y no tenía mando directo sobre la Schütz Staffel. Esa indecisión evitó un enfrentamiento armado de imprevisibles consecuencias. – ¡Son alemanes, hombres de la ! –trató de explicar Von Krupp, que estaba atónito frente a la alucinante actitud de Ernst Schaeffer. Pero éste ya había extraído su Luger y me apuntaba, con la manifiesta intención de eliminarme del mundo de los vivos. No alcanzó a disparar. En veloz movimiento, dos de los de su expedición se abalanzaron sobre él y lo tomaron de rehén: uno le arrebató la pistola y lo sujetó, mientras el otro apoyaba una daga sobre su garganta. ¡Eran los dos espías del S.D.! – ¡Al primero que se mueva, degollamos a este hombre! –amenazó uno de ellos–. ¡Acérquese, mi Standartenführer, y desarme a esos cuatro! –agregó, señalando a los secuaces de Schaeffer. Von Grossen no se hizo esperar y gritó varias órdenes. Ante la sorpresa general, Hans y Kloster emergieron de entre las rocas y rápidamente despojaron de sus armas a los cuatro, que no opusieron resistencia. Seis figuras, vestidas con túnicas color azafrán y con el rostro y las manos cubiertas de ceniza, intentaron huir a la carrera en dirección a la salida Oeste de la cañada, pero cayeron a los pocos pasos acribillados a flechazos: eran el Skushok del Ashram Jafran y sus lamas. Aquello colmó la medida. Von Krupp bramó a su vez una orden y todos sus hombres hicieron cuerpo a tierra; y poco faltó para que se llegase nuevamente al enfrentamiento. La escuadra de Von Krupp nos duplicaba en número. Sin embargo primó el sentido común y el Standartenführer interrogó a Von Grossen airadamente: – ¿Qué es esto, Von Grossen? Se presenta aquí, nos trata como si fuésemos enemigos, y mata a los guías tibetanos, que contaban con nuestra protección. ¡Me imagino que tendrá un buen justificativo para este atropello! –No tenemos nada contra Ud. sino contra ese hato de traidores –vociferó Von Grossen–. Y si le parece suficiente justificación, acá están nuestras órdenes, aprobadas por el Führer. 487