El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 481

¨El Misterio de Belicena Villca¨
sendas descendentes, hasta dar con el cauce de un torrentoso arroyo cuya corriente provenía de los montes Kuen Lun. Durante una hora, más o menos, marchamos paralelamente a su orilla derecha, debiendo los monjes kâulikas, en varias ocasiones, picar con las cimitarras para abrirse paso entre el tupido espinillo.
Al cabo, llegamos a una magnífica cascada de 50 Mts. de caída, y allí obtuvimos la primer prueba de que no íbamos desencaminados. Frente a nosotros se erigía la pared de un barranco de piedra de 50 a 60 Mts. de altura, por donde se derramaba el agua del arroyo, y en cuya base existían inequívocas señales de la presencia del hombre. En un pequeño claro había un minas, uno de esos túmulos de piedra semejantes a las apachetas sudamericanas, que se van formando en los“ lugares sagrados” del Tíbet por la adición que todos los lamas peregrinos hacen de una piedra pintada con signos correspondientes a bijas de la Kâlachakra. En un nicho excavado en la pared de piedra, estaba el motivo del minas: la escultura del Buda Viviente Maggogpa, el Maestro Rey de Shambalá, Rigden Jyepo. Lo habían representado sentado en la posición del loto, meditando, y en sus manos, una diminuta estatuilla de la Shakty Kâkinî sostenía un Corazón sangrante, en cuyo centro estaba el signo de la Estrella de David, indicador del Anâhata chakra. El conjunto correspondía al Símbolo de la Doctrina del Corazón, el Yoga del Amor que deben practicar todos los adeptos que aspiran a conocer la Kâlachakra. Su presencia allí era francamente amenazadora e intimidatoria: sólo quienes fuesen adeptos Iniciados en la Doctrina del Corazón podrían seguir viaje hacia la Puerta de Shambalá. La aceptación de tal condición se demostraba agregando una piedra con el nombre escrito con sangre, al túmulo del minas.
Nos detuvimos solamente quince minutos en aquel lugar, ya que los dogos insistían briosamente en continuar la búsqueda y exigían un esfuerzo sobrehumano para contenerlos. Durante ese tiempo, mis Camaradas exploraron el sitio y descubrieron que varias sendas llegaban y partían: los perros daivas, tal vez para acortar camino, nos condujeron por zonas del todo intransitadas. Pero se veía que aquella“ Puerta de Shambalá” había sido visitada con frecuencia dado el volumen del minas, o al menos desde hacía bastantes años.
– ¡ Von Grossen, Von Sübermann, miren esto! – gritó Heinz Schmidt, que estaba entretenido examinando las piedras del minas.
Tenía una piedra en la mano y me la alcanzó. Observé que aparecía escrita con sangre en dos de sus caras: una resultaba ilegible, pues sus signos eran desconocidos para mí, pero la segunda inscripción me estremeció el corazón: decía, en correcto alemán: Ernst Schaeffer.
Sin decir palabra se la pasé a Von Grossen y llamé a Srivirya y a Bangi. – ¿ Podéis decirme que lengua es ésta? – indagué.
– Es Zenzar, el idioma sagrado de los Bodhisattvas de Chang Shambalá. El Arhat Djual Khul, que guía a los alemanes, les ha de haber revelado ciertas fórmulas de la Kâla-chakra para escribir en las piedras – explicó Srivirya.
Y eso fue todo cuanto ocurrió allí. Momentos después los perros daivas subían de dos en dos los peldaños de una escalera tallada en la piedra, que llevaba a lo alto del barranco.
Finalizado el ascenso, se accedía a una amplia terraza, en cuyos límites comenzaba la ladera de un monte perteneciente al extremo oriental del sistema Altyn Tagh. El lugar se presentaba igualmente desolado, pero con evidentes señales de la actividad humana. Nos sorprendió a todos, en efecto, la presencia de un imponente Chortens, monumento sagrado tibetano de base cuadrada y cuerpo estrangulado en forma de campana, habitualmente rematado con un cono truncado, en cuya cima se asienta la imagen de una Deidad. Colocada sobre el cono superior del Chortens, se destacaba la horrible estatua de una Diosa incontablemente multiplicada en sí misma y desdoblada en cientos de perfiles semejantes: innumerables rostros, piernas y brazos, la convertían en un torbellino de Presencias, es decir, significaban indudablemente Su Omnipresencia. La Diosa expresaba un sólo Aspecto repetido incansablemente: tal aspecto, aislado, la mostraba sonriéndonos compasivamente mientras danzaba sobre un Corazón sangrante; lucía el cabello suelto y tocado con corona de Reina, un ojo en medio de la frente, y ojos en las palmas de las manos y en las plantas de los pies. La habían pintado delicadamente, y los colores predominantes eran el blanco y el azul: cuerpo blanco, prendas azules.
El Chortens medía por lo menos 15 Mts. de altura, y la estatua de la Diosa tenía el suficiente tamaño para permitirnos apreciar todos sus detalles. Los alemanes la
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