El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 46
¨El Misterio de Belicena Villca¨
suerte para ellos, existía una solución: practicar el Sacrificio con el máximo rigor y secundar a
los Golen en el cumplimiento de la misión. Con otras palabras, los pueblos nativos debían
ahora consagrarse al Sacrificio, sacrificarse y sacrificar y, como recompensa, los Golen los
liberarían del castigo Divino ejecutando Ellos mismos la destrucción de las obras megalíticas o
su neutralización. Esto sería todo, si no fuese porque los Dioses habían hecho una advertencia
y quien la desoyese arriesgaría ser destruido sin piedad para escarmiento de los hombres: lo
que no se iba a perdonar de ninguna manera en adelante, pues la Paciencia de los Dioses
estaba agotada, era el recuerdo del Pacto de Sangre y la búsqueda de la Sabiduría. Esto era
lo prohibido, lo abominable a los ojos de los Dioses. Pero lo más prohibido, y lo más
abominable, un pecado irredimible, era sin dudas el querer conservar la Piedra de Venus. El
que no entregase voluntariamente a los Sacerdotes del Culto, o a los Golen, la Piedra de
Venus, sufriría la condena de exterminio, es decir lo pagaría con la destrucción de su linaje,
con el aniquilamiento de todos los miembros de la Estirpe.
Demás está decir que los Golen se hicieron muy pronto de casi todas las Piedras que
todavía continuaban en manos de los pueblos nativos. A diferencia de los Sacerdotes del
Culto, ellos sólo remitían algunas a la Fraternidad Blanca: otras las reservaban para utilizarlas
en actos de magia, pues se jactaban de conocer sus secretos y de poderlas emplear en
provecho de sus planes; y a éstas las denominaban, peyorativamente, huevos de serpiente.
Los Señores de Tharsis, claro está, jamás confiaron en los Golen ni se amedrentaron por sus
amenazas. Pero la Espada Sabia era una realidad que se había trocado en leyenda popular y
a la que no se podía negar con seriedad: los Golen sospecharon desde un primer momento
que en esa arma existía un secreto vestigio del Pacto de Sangre. Puesto que los Señores de
Tharsis no accedían a entregarla voluntariamente, y que no podía ser comprada a ningún
precio, decidieron aplicar contra ellos todos los recursos de su magia, los di abólicos poderes
con que los habían dotado las Potencias de la Materia. Y aquí la sorpresa de los Golen fue
mayúscula pues comprobaron que aquellos poderes nada podían contra el Fuego demencial
que encendía la sangre de los Señores de Tharsis. La locura, mística o guerrera, que los
distinguía como hombres impredecibles e indómitos, los situaba también fuera del alcance de
los conjuros mágicos de los Golen. No quedaba a éstos otra alternativa, de acuerdo a sus
demoníacos designios, que apoderarse por la fuerza de la Espada Sabia y someter a la Casa
de Tharsis a la pena de exterminio.
Este fue, Dr. Siegnagel, el verdadero motivo del continuo estado de guerra en que
debieron vivir en adelante los Señores de Tharsis, lo que significó la pérdida definitiva de la
ilusoria soberanía disfrutada hasta entonces, y no la “codicia” que pueblos extranjeros y
conquistadores pudiesen haber alimentado por sus riquezas. Al contrario, no existía en todo el
orbe un Rey, Señor, o simple aventurero de la guerra, al que los Golen no hubiesen tentado
con la conquista de Tharsis, con el fabuloso botín en oro y plata que ganaría el que intentase
la hazaña. Y fueron sus intrigas las que causaron el constante asedio de bandidos y piratas.
Mientras pudieron, los Señores de Tharsis resistieron la presión valiéndose de sus propios
medios, es decir, con el concurso de los guerreros de mi pueblo. Pero cuando ello ya no fue
posible, especialmente cuando se enteraron que los fenicios de Tiro estaban concentrando un
poderoso ejército mercenario en las Baleares para invadir y colonizar Tharsis, no tuvieron más
salida que aceptar la ayuda, naturalmente interesada, de un pueblo extranjero. En este caso
solicitaron auxilio a Lidia, una Nación pelasga del Mar Egeo, integrada por eximios navegantes
cuyos barcos de ultramar atracaban en Onuba dos o tres veces por año para comerciar con el
pueblo de Tharsis: tenían el defecto de que eran también mercaderes, y productores de
prescindibles mercancías, y estaban acostumbrados a prácticas y hábitos mucho más
“avanzados culturalmente” que los “primitivos” iberos; pero, en compensación, exhibían la
importante cualidad de que eran de nuestra misma Raza y demostraban una indudable
habilidad para la guerra.
Por “pelasgos” la Historia ha conocido a un conjunto de pueblos afincados en distintas
regiones de las costas mediterráneas y tirrenas, de la península egea, y del Asia Menor. Así
que, para hallar un origen común en todos ellos, hay que remitirse al Principio de la Historia, a
los tiempos posteriores a la catástrofe atlante, cuando los Atlantes blancos instituyen el Pacto
de Sangre con los nativos de la península ibérica. En verdad, entonces sólo había un pueblo
nativo, que fue separado de acuerdo a las leyes exógamas atlantes en tres grandes grupos: el
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