¨El Misterio de Belicena Villca¨
– En un lugar curioso Neffe – respondió con evidente regocijo – en las orejas. Miró el reloj y sin esperar respuesta dijo – Hasta mañana Neffe Arturo – y salió. En un primer momento pensé que tío Kurt se burlaba de mí, pero luego fui hasta el baño, al espejo, a mirarme las orejas. No había nada anormal en ellas, pequeñas, sin lóbulo, pegadas a la cabeza, eran, eso sí iguales a las de tío Kurt.
Definitivamente Yo no era capaz de“ ver” el famoso Signo; y me fui a dormir.
Capítulo IX
La siguiente mañana desperté con el recuerdo presente de los últimos conceptos expuestos por tío Kurt la noche anterior, que iban aclarando lenta pero efectivamente el Misterio en que me hallaba inmerso. Por de pronto, era ya seguro que mi tío compartía la misma filosofía oculta de Belicena Villca, la“ Sabiduría Hiperbórea”, y que la misma le fue revelada durante su carrera como oficial de las Waffen: ¡ esto era más de cuanto Yo podía soñar al venir a Santa María!
Y además estaba la cuestión del Signo: ¡ no sólo tío Kurt conocía la existencia del Signo sino que me confirmaba que tanto él como Yo éramos portadores del mismo! No cabían dudas entonces que, al igual que los Ofitas, Belicena Villca lo había percibido, en mis orejas o donde quiera que estuviese plasmado, y ello la había decidido a redactar su increíble carta. ¡ Y tanto en el caso de los Ofitas como en el de Belicena Villca, la muerte había intervenido implacablemente, como si Ella fuese un actor insoslayable en el drama de los señalados por el Signo!
– Buen día Señorcito, vengo a curarle la cabeza. – Dijo la vieja Juana, circunstancial enfermera –. Traje lo que me pidió. Mire, señorcito...
Enarbolaba una navaja de refulgente filo, utensilio que había solicitado con la intención de afeitarme la cabeza, ya depilada en parte por el Dr. Palacios en torno a la herida.
Concluida la cura, que consistía en lavar la cicatriz y teñirla con una tintura roja a base de iodo, la vieja Juana se entregó a la tarea de afeitarme la cabeza, concesión hecha al comprobar la imposibilidad de poder hacerlo Yo mismo, con una mano sola.
Media hora después, luciendo el cráneo perfectamente rasurado como un bonzo de Indochina, tomaba el nutrido desayuno que me sirviera la solícita vieja.
– A este paso pronto estará bien Señorcito – dijo la vieja, deleitada por la forma en que devoraba las vituallas. – Sí, pero con varios kilos de más – repliqué sin dejar de comer. A las nueve en punto subió tío Kurt a mi habitación. – ¿ Cómo estás Neffe? ¿ Dispuesto a escuchar otra parte de mí historia? – Sí tío Kurt – respondí – estoy ansioso, realmente ansioso por escuchar lo que tienes que contar. Se acomodó en su sillón hamaca y comenzó a hablar. – Bien; habíamos quedado en que luego de sorprender la conversación de mi padre con Rudolph Hess sobre el Signo, decidí no hablar de ello hasta que alguno de los dos tomara la iniciativa. Asentí con la cabeza mientras tío Kurt retomaba el hilo del relato. – Al finalizar la primera semana de Agosto de 1933, partimos hacia Berlín en tren. Rudolph Hess e Ilse, en cambio, irían hasta Múnich en automóvil y desde allí arribarían a Berlín en un avión, junto con el Führer, Goering y varias personalidades del Tercer Reich, que finalizaban sus vacaciones.
En Berlín nos hospedamos en el hotel Kaiserhof, antiguo cuartel general del N. S. D. A. P. 20 y esperamos, de acuerdo a lo convenido en Berchtesgaden, noticias de Rudolph Hess. Estas llegaron a mediados de Agosto en forma de una citación para encontrarnos con Rudolph Hess
20 N. S. D. A. P.: iniciales del Nationalsozialistsche Deutsche Arbeiterpartei que significa: Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores.
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