El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 355
¨El Misterio de Belicena Villca¨
–Vamos Mamacita, dime dónde está. Tengo derecho a ver una vez en la vida a tío Kurt.
Al fin se decidió aunque demostrando gran contrariedad, y mientras ella hablaba, lejos de
alegrarme por mi persuasión, maldecía por dentro el dolor que le había causado y la angustia
que sin duda le produciría esta confidencia; por lo menos hasta la vuelta de mi viaje.
–Él está cerca de aquí, en la Provincia de Catamarca. Nunca he ido a visitarlo pues me lo
prohibió expresamente aunque me dio la dirección para un caso de emergencia.
Le di una tarjeta y la estilográfica, comprobando que mi madre había memorizado los
datos.
– ¿En estos 35 años no lo has vuelto a ver ni le has escrito? –pregunté incrédulo.
Sonrió mientras me devolvía la tarjeta y la estilográfica.
–Sí tontuelo. Le hemos visto con tu padre unas pocas veces, en Salta y una vez en
Buenos Aires, para unas vacaciones. Pero nosotros no le escribimos nunca. Él nos escribe un
par de veces por año, a una casilla de Correo que tu padre tiene en Cerrillos y nos avisa
cuando irá a Salta, ocasión que aprovechamos para reunirnos unas pocas horas. No llegan a
veinte las veces que lo he visto en estos años.
Me costaba creer que dos hermanos separados por sólo 350 km. no pudiesen visitarse a
causa de hechos que nadie recuerda, ocurridos cuarenta años atrás y a miles de millas de
distancia. No obstante justificaba los temores de mi madre y comprendía el esfuerzo que debió
hacer para ceder a mi solicitud y confiarme su secreto.
Súbitamente recordé a Papá y temblé por anticipado, calculando la ira que le acometería
al conocer mi impertinencia. Mamá no le ocultaría mis reclamos desconsiderados y él montaría
en cólera. La vergüenza me cubriría y tal vez tendría que prometer no ir a Catamarca. Decidí -
evitar cualquier discusión y partir inmediatamente.
Besé a Mamá en la frente y me dirigí al automóvil. Ella no debió notar mi prisa pues antes
que alcanzara a poner el motor en marcha me gritó:
–Aguarda, Arturo; espera unos minutos que te daré algo.
Entró en la casa y a pesar de mi impaciencia, hube de esperar diez largos minutos. Al fin
volvió con un sobre en la mano.
–Escribí unas líneas para Kurt. Eres tan apresurado que no piensas que él no te conoce.
Te vio cinco minutos cuando eras un chiquillo ¿cómo crees que te recordará?
Me entregó el sobre que recibí agradecido pues, admitía, me sería de gran ayuda para
identificarme.
–Abre tu mano derecha y pon la palma hacia arriba –dijo Mamá con aire entre misterioso y
cómplice.
Hice lo que me pedía y abrió su puño izquierdo, que había tenido todo el tiempo cerrado.
Cayó algo en mi mano que en un primer momento no pude distinguir. Era un objeto brillante y
mientras lo examinaba escuchaba asombrado:
–Esto es lo que te dio Kurt la noche de 1947. Lo tomé mientras dormías por temor a que lo
perdieras jugando y lo conservé en mi joyero. Con el paso de los años se hizo complicado
entregártelo, porque habrías exigido explicaciones que no podríamos haberte dado. Él quiso
en ese momento hacerte un obsequio, pero nada había traído pues ignoraba que tuviese un
sobrino. Permanecía soltero y cuando te vio, se conmovió y dijo que, al no tener hijos, serías
tú, su único sobrino, quien debía conservarla.
Yo miraba atónito la Cruz de Hierro con Esvástica y Hojas de Roble que tenía en mis
manos y me preguntaba cómo un Oficial que jamás combatió pudo obtener la más alta
condecoración que daba Alemania para premiar actos de heroísmo y valor.
–Hasta pronto madre –saludé por la ventanilla del coche–. No te preocupes, que seré
prudente. Saluda nuevamente a Papá y a Katalina. Chau. Chau.
Arranqué y unos minutos después estaba en la ruta.
Capítulo IX
Me detuve en la Estación de Servicio de Cerrillos a cargar combustible y aproveché para mirar
nuevamente la tarjeta con la dirección de tío Kurt. Era increíble que estuviese tan cerca y en
buenas condiciones un familiar a quien tenía por fallecido 35 años atrás. Leí nuevamente:
355