EL LLANO EN LLAMAS el-llano-en-llamas-de-juan-rulfo | Page 53
por todo el jugo que se le había salido durante todo el rato que duró su
desgracia. Tenía la mirada abierta, puesta en el niño. Ya les dije que
estaba empapada en agua. No en lágrimas, sino del agua puerca del
charco lo doso donde cayó su cara Y parecía haber muerto contenta de
no haber apachurrado a su hijo en la caída, ya que se le traslucía la
alegria en los ojos. Como les dije antes, a mí me tocó cerrar aquella
mirada todavía acariciadora como cuando estaba viva.
La enterramos. Aquella boca, a la que tan difícil fue llegar, se fue
llenando de tierra. Vimos cómo desaparecía toda ella sumida en la
hondonada de la fosa, hasta no volver a ver su forma. Y. allí, parado
como horcón, Euremio Cedillo. Y, yo pensando: "Si la hubiera dejado
tranquila en Chupaderos, quizá todavía estuviera viva."
Todavía viviría —se puso a decir él— si el muchacho no hubiera
tenido la culpa." Y contaba que al niño se le, había ocurrido dar un
berrido como de tecolote, cuando el caballo en que venían era muy
asustón. Él se lo advirtió a la madre muy bien, como para convencerla
de que no dejara berrear al muchacho. Y también decía que ella podía
haberse defendido al caer; pero que hizo todo lo contrario: "Se hizo
arco, dejándole un hueco al hijo como para no aplastarlo. Así que,
contando unas con otras, toda la culpa es del muchacho. Da unos
berridos que hasta uno se espanta. Y yo para qué voy a quererlo. Él de
nada me sirve. La otra podía haberme dado más y todos los hijos que yo
quisiera; pero éste no me dejó ni siquiera saborearla. " Y así se soltaba
diciendo cosas y más cosas, de modo que ya uno no sabía si era pena o
coraje el que sentía por la muerta."
Lo que sí se supo siempre fue el odio que le tuvo al hijo.
Y era de eso de lo que yo les estaba platicando desde el principio.
El Euremio se dio a la bebida. Comenzó a cambiar pedazos de sus
tierras por botellas de "bingarrote". Después lo compraba hasta por
barricas. A mí me tocó una vez fletear toda una recua con puras barricas
de "bingarrote" consignadas al Euremio. Allí entregó todo su esfuerzo:
en eso y en golpear a mi ahijado, hasta que se le cansaba el brazo.
Ya para esto habían pasado muchos años. Euremio chico creció a
pesar de todo, apoyado en la piedad de unas cuantas almas; casi por el
puro aliento que trajo desde al nacer. Todos los días amanecía aplastado
por el padre, que lo consideraba un cobarde y un asesino, y si no quiso
matarlo, al menos procuró que muriera de hambre para olvidarse de su
existencia. Pero vivió. En cambio el padre iba para abajo con el paso del
tiempo. Y ustedes y yo y todos sabemos que el tiempo es más pesado
que la más pesada carga que puede soportar el hombre. Así, aunque
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