EL LLANO EN LLAMAS el-llano-en-llamas-de-juan-rulfo | Page 20
en Luvina no hacen cal con ella ni le sacan ningún provecho. Allí la
llaman piedra cruda, y la loma que sube hacia Luvina la nombran Cuesta
de la Piedra Cruda. El aire y el sol se han encargado de desmenuzarla,
de modo de que la tierra de por allí es blanca y brillante como si
estuviera rociada siempre por el rocío del amanecer; aunque esto es un
puro decir,porque en Luvina los días son tan fríos como las noches y el
rocío se cuaja en el cielo antes que llegue a caer sobre la tierra.
"...Y la tierra es empinada. Se desgaja por todos lados en
barrancas hondas, de un fondo que se pierde tan lejano. Dicen los de
Luvina que de aquellas barrancas suben los sueños; pero yo lo único
que vi subir fue el viento, en tremoli na, como si allá abajo lo hubieran
encañonado en tubos de carrizo. Un viento que no deja crecer ni a las
dulcamaras: esas plantitas tristes que apenas si pueden vivir un poco
untadas en la tierra, agarradas con todas sus manos al despeñadero de
los montes. Sólo a veces, allí donde hay un poco de sombra, escondido
entre las piedras, florece el chicalote con sus amapolas blancas. Pero el
chicalote pronto se marchita. Entonces uno lo oye rasguñando el aire
con sus ramas espinosas, haciendo un ruido como el de un cuchillo
sobre una piedra de afilar.
"Ya mirará usted ese viento que sopla sobre Luvina. Es pardo.
Dicen que porque arrastra arena de volcán; pero lo cierto es que es un
aire negro. Ya lo verá usted. Se planta en Luvina prendiéndose de las
cosas como si las mordiera. Y sobran días en que se lleva el techo de las
casas como si se llevara un sombrero de petate, dejando los paredones
lisos, descobijados. Luego rasca como si tuviera uñas: uno lo oye
mañana y tarde, hora tras hora, sin descanso, raspando las paredes,
arrancando tecatas de tierra, escarbando con su pala picuda por debajo
de las puertas, hasta sentirlo bullir dentro de uno como si se pusiera a
remover los goznes de nuestros mismos huesos. Ya lo verá usted."
El hombre aquel que hablaba se quedó callado un rato, mirando
hacia afuera.
Hasta ellos llegaba el sonido del río pasando sus crecidas aguas
por las ramas de los camichines, el rumor del aire moviendo
suavemente las hojas de los almendros, y los gritos de los niños
jugando en el pequeño espacio iluminado por la luz que salía de la
tienda.
Los comejenes entraban y rebotaban contra la lámpara de
petróleo , cayendo al suelo con las alas chamuscadas.
Y afuera seguía avanzando la noche.
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