que empezaran los terribles sueños. El escéptico Diego en que me había convertido después de la muerte de Ana.
Suficiente con el fiasco del hotel, aunque debo reconocer que el episodio me ha ayudado a burlarme de mí mismo y a salir del estado trascendental que ha animado esta travesía, por llamarla de alguna manera. ¡ Ah! me puedo ver, a mis casi ciencuenta años, expectante, nervioso, sí, hasta con una ligera taquicardia pensando en lo que me iba a decir el ilustre chamán. Mi mente, plagada de interrogantes, se debatía entre el pánico y la curiosidad. El uno pregonando el retroceso, mientras la otra me animaba, me empujaba a continuar, como finalmente hice. ¿ El resultado? un mensaje que aunque no me convence del todo me sigue inquietando. Al despiste debía agregar la preocupación sembrada por el chamán ¿ en quién podría confiar?
— Solo son cinco dólares – insistió la pequeña anciana volviéndome a ese instante, al lugar donde estaba, a un todavía frío día de septiembre de 2013 –. Le diré lo que necesita saber, lo que vino a buscar. – Su mirada clavada en mí, fotografiándome por dentro.
La miré pensativo mientras negaba con la cabeza. ¡ No! Mejor le doy la espalda y sigo, me dije. Debía ignorar sus palabras. Aligeré la marcha y me alejé de la plaza, pero no podía olvidarla. Sus palabras se quedaron ahí, rondando, dando vueltas y más vueltas en mi mente. ¿ Y si tuviera razón? ¿ Si pudiera ayudarme?
Recorrí el mercado instalado sobre la calle principal del pequeño poblado de Juli, perdido entre el colorido de las verduras, entre los vestidos y mantas que adornaban a las pequeñas mujeres Aymara, entre el bullicio de los viandantes, sus idiomas, sus dialectos. Mis ojos vagaron de un lugar a otro, inquisidores y curiosos, tratando de asimilar formas y matices que hasta ese momento les eran ajenos.
Me detuve por inercia en un puesto de tejidos donde la vendedora, una joven morena de estatura mayor a la de su raza, con rasgos tan indígenas como caucásicos, algo no muy común en esta zona, me enseñó con dedicación las distintas clases de hilado. Hablaba sobre cómo reconocer el más elaborado de aquel que se considera burdo y por el que, sin el conocimiento adecuado, podría pagar varias veces su verdadero precio. Con su voz cálida
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