El jugador - Fedor Dostoiewski
hipnotizado por la mirada de un basilisco. La abuela también le
observó en silencio, inmóvil, ¡pero con qué mirada triunfal,
provocativa y burlona! Así estuvieron mirándose diez segundos
largos, ante el profundo silencio de todos los circunstantes. Des
Grieux quedó al principio estupefacto, pero en su rostro empezó
pronto a dibujarse una inquietud inusitada. Mlle. Blanche, con las
cejas enarcadas y la boca abierta, observaba atolondrada a la
abuela. El príncipe y el erudito, ambos presa de honda confusión,
contemplaban la escena. El rostro de Polina reflejaba
extraordinaria sorpresa y perplejidad, pero de súbito se quedó
más blanco que la cera; un momento después la sangre volvió de
golpe y coloreó las mejillas. ¡Sí, era una catástrofe para todos! Yo
no hacía más que pasear los ojos desde la abuela hasta los
concurrentes y viceversa. mister Astley, según su costumbre, se
mantenía aparte, tranquilo y digno.
~¡Bueno, aquí estoy! ¡En lugar de un telegrama! -exclamó por
fin la abuela rompiendo el silencio-. ¿Qué, no me esperabais?
-Antonida Vasilyevna... tía... ¿pero cómo ... ? -balbuceó el infeliz
general. Si la abuela no le hubiera hablado, en unos segundos
más le habría dado quizá una apoplejía.
-¿Cómo que cómo? Me metí en el tren y vine. ¿Para qué sirve el
ferrocarril? ¿Y vosotros pensabais que ya había estirado la pata y
que os había dejado una fortuna? Ya sé que mandabas telegramas
desde aquí; tu buen dinero te habrán costado, porque desde aquí
no son baratos. Me eché las piernas al hombro y aquí estoy. ¿Es
éste el francés? ¿Monsieur Des Grieux, por lo visto?
-Oui, madame -confirmô Des Grieux- et croyez je suis si
enchanté.. votre santé.. c'est un miracle... vous voir ici, une
surprise charmante...
-Sí, sí, charmante. Ya te conozco, farsante, ¡No me fío de ti ni
tanto así! -y le enseñaba el dedo meñique-. Y ésta, ¿quién es?
-dijo volviéndose y señalando a mile. Blanche. La llamativa
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