El jugador - Fedor Dostoiewski
-Tú, Potapych, dile a ese mentecato de Kellner que me preparen
una habitación cómoda, bonita, baja, y lleva las cosas allí en
seguida. ¿Pero por qué quiere toda esta gente llevarme? ¿Por qué
se meten donde no los llaman? ¡Pero qué gente más servil!
¿Quién es ése que está contigo? -preguntó dirigiéndose de nuevo
a mí.
-Éste es mister Astley -contesté.
-¿Y quién es mister Astley?
-Un viajero y un buen amigo mío; amigo también del general.
-Un inglés. Por eso me mira de hito en hito y no abre los labios.
A mí, sin embargo, me gustan los ingleses. Bueno, levantadme y
arriba; derechos al cuarto del general. ¿Por dónde cae?
Cargaron con la abuela. Yo iba delante por la ancha escalera del
hotel. Nuestra procesión era muy vistosa. Todos los que topaban
con ella se paraban y nos miraban con ojos desorbitados. Nuestro
hotel era considerado como el mejor, el más caro y el más
aristocrático del balneario. En la escalera y en los pasillos se
tropezaba de continuo con damas espléndidas e ingleses de digno
aspecto. Muchos pedían informes abajo al Oberkellner, también
hondamente impresionado. Éste, por supuesto, respondía que era
una extranjera de alto copete, une russe, une comtesse, grande
dame, que se instalaría en los mismos aposentos que una semana
antes había ocupado la grande duchesse de N. El aspecto
imperioso e imponente de la abuela, transportada en un sillón, era
lo que causaba el mayor efecto. Cuando se encontraba con una
nueva persona la medía con una mirada de curiosidad y en voz
alta me hacía preguntas sobre ella. La abuela era de un natural
vigoroso y, aunque no se levantaba del sillón, se presentía al
mirarla que era de elevada estatura. Mantenía la espina tiesa
como un huso y no se apoyaba en el respaldo del asiento. Llevaba
alta la cabeza, que era grande y canosa, de fuertes y acusados
rasgos. Había en su modo de mirar algo arrogante y provocativo,
y estaba claro que tanto esa mirada como sus gestos eran
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