El jugador - Fedor Dostoiewski
Empezaba por lo visto a enfadarse y a mí me agradaba mucho
que me preguntara con acaloramiento.
-Claro que hay un motivo -dije-, pero temo no saber cómo
explicarlo. Sólo que con el dinero seré para usted otro hombre, y
no un esclavo.
-¿Cómo? ¿Cómo conseguirá usted eso?
-¿Que cómo lo conseguiré? ¿Conque usted no concibe siquiera
que yo pueda conseguir que no me mire como a un esclavo? Pues
bien, eso es lo que no quiero, esa sorpresa, esa perplejidad.
-Usted decía que consideraba esa esclavitud como un placer. As!
lo pensaba yo también.
-Así lo pensaba usted -exclamé con extraño deleite-. ¡Ah, qué
deliciosa es esa ingenuidad suya! ¡Conque sí, sí, usted mira mi
esclavitud como un placer. Hay placer, sí, cuando se llega al colmo
de la humildad y la insignificancia -continué en mi delirio-. ¿Quién
sabe? Quizá lo haya también en el knut cuando se hunde en la
espalda y arranca tiras de carne... Pero quizá quiero probar otra
clase de placer. Hoy, a la mesa, en presencia de usted, el general
me predicó un sermón a cuenta de los setecientos rublos anuales
que ahora puede que no me pague. El marqués Des Grieux me
mira alzando las cejas, y ni me ve siquiera. Y yo, por mi parte,
quizá tenga un deseo vehemente de tirar de la nariz al marqués
Des Grieux en presencia de usted.
-Palabras propias de un mocosuelo. En toda situación es posible
comportarse con dignidad. Si hay lucha, que sea noble y no
humillante.
-Eso viene derechito de un manual de caligrafía. Usted supone
sin más que no sé portarme con dignidad. Es decir, que podré ser
un hombre digno, pero que no sé portarme con dignidad.
Comprendo que quizá sea verdad. Sí, todos los rusos son así y le
diré por qué: porque los rusos están demasiado bien dotados, son
demasiado versátiles, para encontrar de momento una forma de la
buena crianza. Es cuestión de forma. La mayoría de nosotros, los
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