El jugador - Fedor Dostoiewski
a la silla y a ambos lados de ella, gritando a voz en cuello y
perjurando en un rápido guirigay que la abuela les había
engañado y debía resarcirles de algún modo. Así llegaron hasta el
mismo hotel, de donde por fin los echaron a empujones.
Según cálculo de Potapych, en ese solo día había perdido su
señora hasta noventa mil rublos, sin contar lo que había perdido la
víspera. Todos sus billetes -todas las obligaciones de la deuda
interior al cinco por ciento, todas las acciones que llevaba
encima-, todo ello lo había ido cambiando sucesivamente. Yo me
maravillaba de que hubiera podido aguantar esas siete u ocho
horas, sentada en su silla y casi sin apartarse de la mesa, pero
Potapych me dijo que en tres ocasiones empezó a ganar de veras
sumas considerables, y que, deslumbrada de nuevo por la
esperanza, no pudo abandonar el juego. Pero bien saben los
jugadores que puede uno estar sentado jugando a las cartas casi
veinticuatro horas sin mirar a su derecha o a su izquierda.
En ese mismo día, mientras tanto, ocurrieron también en nuestro
hotel incidentes muy decisivos. Antes de las once de la mañana,
cuando la abuela estaba todavía en casa, nuestra gente, esto es,
el general y Des Grieux, habían acordado dar el último paso.
Habiéndose enterado de que la abuela ya no pensaba en
marcharse, sino que, por el contrario, volvía al Casino, todos ellos
(salvo Polina) fueron en cónclave a verla para hablar con ella de
manera definitiva y sin rodeos. El general, trepidante y con el
alma en un hilo, habida cuenta de las consecuencias tan terribles
para él, llegó a sobrepasarse: al cabo de media hora de ruegos y
súplicas y hasta de hacer confesión general, es decir, de admitir
sus deudas y hasta su pasión por mademoiselle Blanche (no daba
en absoluto pie con bola), el general adoptó de pronto un tono
amenazador y hasta se puso a chillar a la abuela y a dar patadas
en el suelo. Decía a gritos que deshonraba su nombre, que había
escandalizado a toda la ciudad y por último... por último:
«¡Deshonra usted el nombre ruso, señora -exclamaba- y para
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 117