El jugador - Fedor Dostoiewski
-No, no lo es. Tiene un cháteau o algo por el estilo. Ayer, sin ir
más lejos, me hablaba el general de ello, y muy positivamente.
Bueno, ¿qué? ¿Está usted satisfecho?
-Yo que usted me casaría sin más con el inglés.
-¿Por qué? -preguntó Polina.
-El francés es mejor mozo, pero es un granuja, y el inglés,
además de ser honrado, es diez veces más rico -dije con
brusquedad.
-Sí, pero el francés es marqués y más listo -respondió ella con la
mayor tranquilidad.
-¿De veras?
-Como lo oye.
A Polina le desagradaban mucho mis preguntas, y eché de ver
que quería enfurecerme con el tono y la brutalidad de sus
respuestas. Así se lo dije al momento.
-De veras que me divierte verle tan rabioso. Tiene que pagarme
de algún modo el que le permita hacer preguntas y conjeturas
parecidas.
-Es que yo, en efecto, me considero con derecho a hacer a usted
toda clase de preguntas -respondí con calma-, precisamente
porque estoy dispuesto a pagar por ellas lo que se pida, y porque
estimo que mi vida no vale un comino ahora.
Polina rompió a reír.
-La última vez, en el Schlangenberg, dijo usted que a la primera
palabra mía estaba dispuesto a tirarse de cabeza desde allí, desde
una altura, según parece, de mil pies. Alguna vez pronunciaré esa
palabra, aunque sólo sea para ver cómo paga usted lo que se
pida, y puede estar seguro de que seré inflexible. Me es usted
odioso, justamente por