El jugador - Fedor Dostoiewski
-¡Ah!, ¿conque contabas con mi muerte? -aulló la abuela al
general-. ¡Fuera de aquí! ¡Échalos a todos, Aleksei Ivanovich! ¿A
ellos qué les importa? ¡Me he jugado lo mío, no lo vuestro!
El general se encogió de hombros, se inclinó y salió. Des Grieux
se fue tras él.
-Llama a Praskovya -ordenó la abuela a Marfa.
Cinco minutos después Marfa volvió con Polina. Durante todo
este tiempo Polina había permanecido en su cuarto con los niños
y, al parecer, había resuelto no salir de él en todo el día. Su rostro
estaba grave, triste y preocupado.
-Praskovya -comenzó diciendo la abuela-, ¿es cierto lo que he
oído indirectamente, que ese imbécil de padrastro tuyo quiere
casarse con esa gabacha frívola? ¿Es actriz, no? ¿O algo peor
todavía? Dime, ¿es verdad?
-No sé nada de ello con certeza, abuela -respondió Colina-, pero,
a juzgar por lo que dice la propia mademoiselle Blanche, que no
estima necesario ocultar nada, saco la impresión...
-¡Basta! -interrumpió la abuela con energía-. Lo comprendo todo.
Siempre he pensado que le sucedería algo así, y siempre le he
tenido por hombre superficial y liviano. Está muy pagado de su
generalato (al que le ascendieron de coronel cuando pasó al
retiro) y no hace más que pavonearse. Yo, querida, lo sé todo;
cómo enviasteis un telegrama tras otro a Moscú preguntando «si
la vieja estiraría pronto la pata». Esperaban la herencia; porque a
él, sin dinero, esa mujerzuela, ¿cómo se llama, de Cominges? no
le aceptaría ni como lacayo, mayormente cuando tiene dientes
postizos. Dicen que ella tiene un montón de dinero que da a usura
y que ha amasado una fortuna. A ti, Praskovya, no te culpo; no
fuiste tú la que mandó los telegramas; y de lo pasado tampoco
quiero acordarme. Sé que tienes un humorcillo ruin, ¡una avispa!
que picas hasta levantar verdugones, pero te tengo lástima
porque quería a tu madre Katerina, que en paz descanse. Bueno,
¿te animas? Deja todo esto de aquí y vente conmigo. En realidad
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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