El jugador - Fedor Dostoiewski
-Mais, madame -murmuró Des Grieux, empezando de nuevo a
empujar y apuntar con el dedo.
-Bien, haz una puesta como dice -me ordenó la abuela-. Vamos a
ver: quizá salga en efecto.
Des Grieux quería disuadirla de hacer posturas grandes. Sugería
que se apostase a dos números, uno a uno o en grupos. Siguiendo
sus indicaciones puse un federico de oro en cada uno de los doce
primeros números impares, cinco federicos de oro en los números
del doce al dieciocho y cuatro del dieciocho al veinticuatro. En
total aposté dieciséis federicos de oro.
Giró la rueda. «Zéro» -gritó el banquero. Lo perdimos todo.
-¡Valiente majadero! -exclamó la abuela dirigiéndose a Des
Grieux-. ¡Vaya franchute asqueroso! ¡Y el monstruo se las da de
consejero! ¡Fuera, fuera! ¡No entiende jota y se mete donde no le
llaman!
Des Grieux, terriblemente ofendido, se encogió de hombros, miró
despreciativamente a la abuela y se fue. A él mismo le daba
vergüenza de haberse entrometido, pero no había podido
contenerse.
Al cabo de una hora, a pesar de nuestros esfuerzos, lo perdimos
todo.
~¡A casa! -gritó la abuela.
No dijo palabra hasta llegar a la avenida. En ella, y cuando ya
llegábamos al hotel, prorrumpió en exclamaciones:
-¡Qué imbécil! ¡Qué mentecata! ¡Eres una vieja, una vieja idiota!
No bien llegamos a sus habitaciones gritó: « ¡Que me traigan té,
y a prepararse en seguida, que nos vamos!».
-¿Adónde piensa ir la señora? -se aventuró a preguntar Marfa.
-¿Y a ti qué te importa? Cada mochuelo a su olivo. Potapych,
prepáralo todo, todo el equipaje. ¡Nos volvemos a Moscú! He
despilfarrado quince mil rublos.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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