yo he hecho muy poco de aquello que se supone que he venido
a hacer. Ni idea de qué es.
Hay mucha gente que habla de tener un propósito. Ojalá
tener uno. Voy a toda prisa por el día, y por la noche me
entristece no haber conseguido nada.
Cuando por fin llego a mi piso, tengo mi propio ritual.
Primero, me doy una ducha. El agua caliente me devuelve el
calor que he perdido en la calle. Me reconforta y me vuelve a
encender, aunque ya no haya sol. Luego, solo cuando ya tengo
puesto el pijama, soy capaz de cenar. Intento comer lo más
sano posible. Sentirme bien también me ayuda a no ponerme
triste. Yo sé cuidarme y no necesito a nadie.
Mi gato maúlla para que le haga caso. «Es verdad, no estoy
solo», le digo, y parece que me ha leído el pensamiento. Él
también quiere cenar. Le pongo comida y se la termina.
Luego, se sube al sofá y me pide que vaya con él. Siempre sabe
cuándo me hace falta darle mimos. Se tumba encima de mí y
ronronea al sentir las caricias detrás de la oreja. «Ojalá todo
fuera así de fácil», pienso.
Es un gato callejero al que le falta media cola. Cuando
los repartían en el barrio en una caja de cartón, nadie lo
quería, hasta que yo sí. Me gustó su cara feliz. La mantuvo
así mientras sus hermanos se iban con los nuevos dueños.
Mientras, él parecía sentir paz, incluso en aquella situación.
Es un guerrero, como yo. Los más fuertes son los que más
sonríen.
He perdido muchas cosas y aun así yo siempre les digo a
todos buenos días con una sonrisa. Intento ser amable, incluso
con la gente que me pone nervioso.
«A ti también te falta algo, Bolita», le digo mientras le
acaricio la cola y él se estira sacando las uñas. Con cariño, las
vuelve a esconder antes de recoger su cuerpo para no hacerme
30