«Lorenzo, eres un sol», me habían dicho al principio. Con
el tiempo, descubrían que yo no era perfecto. ¿Tenía yo la
culpa de que me idealizaran al principio? Al final, les parecía
irritante que encendiera demasiadas luces o era pesado con
salir a pasear. Luego, volvían buscando el calor que desprendo
y a mí me ya daba igual. Yo nunca tengo frío.
Cuando las cosas se ponían difíciles, intentaba esforzarme
por que todo fuera mejor, hasta que acababa quemándome.
No tengo la paciencia para esperar a que todo se arregle.
Tampoco hablaba de cómo me sentía yo en cuanto a ello,
porque no le veía remedio. Ni quería vérselo. A los pocos
meses, me apagaba.
Ellas lloraban tanto... Parecían tan humanas que me
planteaba si yo seguía siéndolo. Incluso empecé a tener miedo
de que mi cabeza funcionase con un fusible que saltaba y
desconectaba lo necesario para que no sintiera dolor.
Temo no poder pararlo cuando quiera volver a querer a
alguien de verdad. El amor es difícil, lo sé. Fíjate que hay gente
que se lanza al olvido, con lo duro que es, antes que seguir con
la persona que ama. Sin embargo, del amor también puede
salir lo más bonito del mundo, que, para mí, es tener una
familia. Siempre he querido tener una, aunque nunca antes
haya sabido qué era eso.
Por fin, acaba mi jornada de trabajo y puedo quitarme el
uniforme para volver a casa. Me fijo en todos a la salida, con
sus ropas de calle. Sin disfraces. Son bastante humildes y aun
así no me dan confianza. Nunca le contaría a nadie hacia
dónde pueden converger mis pensamientos en una mañana
aburrida de trabajo. ¿Alguien lo entendería sin pedirme que
me calme? No quiero hacerlo. Esta es mi personalidad y eso de
«tranquilízate» solo demuestra lo poco que yo puedo gustarle
a alguien.
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